viernes, 7 de mayo de 2010

Sagrada Biblia: mi pedacito de hoy.


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros."

Juan 15,12-17

1 comentario:

  1. Hace unos días alguien me comentaba que san Juan, cuando escribe se repite tanto que puede llevarnos a decir: “Esto ya lo he leído”, y no prestarle atención. Sin embargo, no pienso que sea así. No creo que sea pura repetición, pienso que lo que hace es avanzar explicitando un tema que es nuclear en la vida de todo cristiano. Jesús, antes de dejarnos, expresa con todo el ardor de su corazón su experiencia personal del amor, como realidad fundante de vida. Vida más allá de la vida generada y alimentada en el trato personal. Él nos habla de su vida unida desde siempre a la del Padre y unida para siempre a la nuestra, si abiertamente no le abandonamos.

    Porque el amor es vida, sin él no es posible vivir y sólo desde él la podemos generar. Por eso dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Y continúa diciendo: “Vosotros sois mis amigos…”
    No sólo amor, sino también amistad, marcan la relación del Señor con nosotros. ¿Y por qué el amor y la amistad?, ¿es que no basta con amar? Lo cierto y verdad es que si el amor es la actitud que debemos tener ante todos, es la amistad la que hace a la persona única, la saca del común y la constituye en el “otro con nombre”, le hace un tú personal, único e irrepetible en la relación humana y en la relación con Dios. Pasar del amor a la amistad es personalizar ese amor, es decir a la persona amada: “Tú eres importante para mí”, “tu destino está unido al mío más allá de la contingencia de este momento”.

    No es necesario insistir en que la amistad es el amor vivido en un círculo más restringido, en el que, sin forzar nada, la intimidad se convierte en el clima de la relación.

    Cuando así pasa, y pasa así con Jesús y sus discípulos entonces y ahora, entendemos que el amor con el que Jesús nos ama es algo gratuito, con el que nos encontramos inmerecidamente y nos lleva a participar de lo íntimo de sí mismo.
    Él nos ha elegido, Él nos ha hecho partícipes de su Padre, Él nos ha introducido en la corriente de su amor para que nuestro obrar sea semejante al suyo.

    Yo puedo y debo amar a alguien que me sirve o trabaja para mí, del mismo modo que yo soy amado por quien comparte su vivir diario conmigo debido a las circunstancias que nos han llevado a vivir juntos. Pero sólo cuando en un clima de libertad y gracia entremos en el corazón del otro, sabremos lo que es el amor de Dios a nosotros.

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