viernes, 31 de diciembre de 2010

Para ti del año nuevo 2011


Soy el Año Nuevo, vengo a ti puro e inmaculado; acabo de salir de las manos de Dios. Cada día es una perla de gran precio que te es concedida para que la ensartes en el hilo de plata de la vida. Una vez ensartada, ya no puede desenhebrarse ...jamás; queda allí como un testimonio inmortal de tu fe y de tu destreza. Debes fundir entonces, cada minuto, como eslabón dorado a la cadena eterna de las horas.

En tus manos te han sido entregados riqueza y poder para hacer de tu vida lo que quieras. Te doy, libremente y sin reservas, doce meses gloriosos de lluvia refrescante como una caricia y de luz de sol con fulgores de oro. Los días, para trabajar y recrearte en la belleza de las cosas; las noches, para que duermas con un sueño tranquilo. Todo lo que tengo te lo doy con amor que no puede definirse.

Todo lo que te pido es que no permitas que nadie profane tu fe ni oscurezca tu visión.
El año nuevo 2011

2011


A todos los que generosamente leen este blog, les deseo un 2011 venturoso.

Pensamientos van y vienen, moviéndose en zigzag,
Demonios que me controlan y entorpecen mi andar.
Paz querida, paz de mi alma, haz de mi un dulce hogar,
Que mi mente quiere calma y mi corazón amar.
Extraño el jugueteo sin causa y la sonrisa natal.
No había mente, no había lenguas, solo admiración total,
Pero una sarta de palabras me dieron la gran razón,
Que ahora solo me estorban para hablar con el corazón.

Comentario al Evangelio del 1 de enero de 2011


Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,16-21):


En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
A los ocho días de la Navidad, celebramos a Santa María, Madre de Dios. El Hijo y la Madre. El Niño y la Mujer. La Presencia y la Esperanza.

En el relato de Lucas, los pastores se acercan al portal y descubren “a María, a José y al niño”. Cuando nos acercamos a Dios, siempre nos encontramos a la vez con sus testigos, y eso nos hace a la vez testigos: “todos los que oían se admiraban de lo que decían los pastores”. María es la mujer testigo de la fuerza de Dios en la debilidad y de la respuesta humana en generosidad. Encontrarnos con ella también nos hace testigos valientes, desde nuestra debilidad, en medio de nuestro mundo.

En el Evangelio de hoy se nos dice algo más: “María guardaba todo esto en su corazón”. El Corazón de María es el cofre donde se conserva todo lo valioso, como regalo de la vida para desplegar la existencia en gratuidad y en generosidad. Así fue la vida de María: recibiendo lo que Dios le fue dando, acogiendo lo que le fue pidiendo y desplegándose de dentro a fuera, desde el corazón al mundo.

El año nuevo es abierto por María como un signo de lo que fue su vida y de lo que puede ser la nuestra: apertura, confianza, entrega. ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz día de María!

En el comienzo de este nuevo año,

junto a María, madre de Dios y madre de la Iglesia,

te ofrezco lo que soy para que, como en ella,

mi vida sirva a esta historia de amor con la humanidad

que tienes pensada desde siempre y para siempre.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

25 de diciembre de 2010. Sábado. FERIA MAYOR. (Ciclo A)




LITURGIA DE LA PALABRA.
Misa del día

PRIMERA LECTURA

Isaías 52,7-10.
Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 97
R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. R.

Tañed la cítara para el Señor suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor. R.

SEGUNDA LECTURA

Hebreos 1,1-6
Dios nos ha hablado por el Hijo

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.

Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Palabra del Señor


Comentarios de las Lecturas Bíblicas de la Misa de media noche


Comentario de la Primera Lectura: Isaías 9,1-3.5-6. Un hijo se nos ha dado

Todas las lecturas bíblicas de las misas de Navidad, si bien con perspectivas diversas, intentan responder a una pregunta: ¿cuál es el sentido de la Navidad? Iniciamos el recorrido desde los antiguos profetas. El oráculo de Isaías presupone una situación dramática para el país de Israel, porque el estrépito de las armas resuena por doquier. La invasión asiria (siglo VIII a.C.) comenzada en Galilea amenaza ya la misma Judea y Jerusalén, y el pueblo, bajo el terror enemigo, camina en la oscuridad y no sabe adónde dirigirse. A esta gente sin esperanza anuncia el profeta: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”. Luego, dirigiéndose a Dios, exclama: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (v. 2).

¿Qué es lo que permite a los hombres pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría? La alusión de Isaías se refiere a la huida de los Asirios, pero el profeta de Dios habla también de fuga de todo enemigo. Anuncia la alegría por el que será: «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz» (v. 5), el que, verdadero héroe de Israel, cumplirá todo esto. Pero ¿cómo será posible todo esto? Isaías responde: «El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará» (v. 6). He aquí, pues, el sentido y el mensaje más antiguo de la Navidad: el fin del miedo, la liberación de la dominación enemiga y todo ello gracias a que: «un niño nos ha nacido» (v. 5: cf. Is 7,14; Miq 5,1- 3; 2 Sm 7,12-16), un descendiente de David que dará vida a una sociedad en la que habrá justicia, paz, alegría y que dará a todos el coraje de vivir.

Comentario al Salmo 95. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.

Dios, rey y juez del universo
"Decid a los pueblos: "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95 (v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.

Ya hemos tenido anteriormente ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad.

También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.

El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos: el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).

El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).

Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.

En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración.

El salmista proclama: "Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv. 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.

Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv. 11-13).

Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21).

Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.

Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre" (Omelie sulla natività, Discurso 38, 1, Roma 1983, p. 44).

De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el árbol de la cruz".

Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz" (Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 121).

En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 43-45).

«Cantad al Señor un cántico nuevo».

A primera vista, éste es el mandamiento imposible. ¿Cómo cantar un cántico nuevo cuando todos los cantos, en todas las lenguas, te han cantado una y otra vez, Señor? Se han agotado los temas, se han probado todas las rimas, se han ensayado todos los tonos. La oración es esencialmente repetición, y tengo que esforzarme para que parezca que no estoy diciendo las mismas cosas todos los días, aunque sé muy bien que las estoy diciendo. Estoy condenado a intentar la variedad cuando sé que toda oración se reduce a la repetición de tu nombre y a la presentación de mis ruegos. Variaciones sobre un mismo tema. ¿Cómo puedes pedirme, en tales circunstancias, que te cante un cántico nuevo?

Sé la respuesta antes de acabar con la pregunta. El cántico puede ser el mismo, pero el espíritu con que lo canto ha de ser nuevo cada día. El fervor, el gozo, el sonido de cada palabra y el vuelo de cada nota han de ser diferentes cada vez que esa nota sale de mis labios, cada vez que esa oración sale de mi corazón.

Ese es el secreto para mantener la vida siempre nueva, y así, al pedirme que cante un canto nuevo, me estás enseñando el arte de vivir una vida nueva cada día con la lozanía temprana del amanecer en cada momento de mi existencia. Un cántico nuevo, una vida nueva, un amanecer nuevo, un aire nuevo, una energía nueva en cada paso, una esperanza nueva en cada encuentro. Todo es lo mismo y todo es distinto, porque los ojos, que miran los mismos objetos que ayer, son nuevos hoy.

El arte de saber mirar con ojos nuevos me capacita para disfrutar los bienes de la naturaleza en toda la plenitud de su pujante realidad. Los cielos y la tierra y los campos y los árboles son ahora nuevos, porque mi mirada es nueva. Se me unen para cantar todos juntos el nuevo cántico de alabanza.

«Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra».

Este es el cántico nuevo que llena mi vida y llena el mundo que me rodea, el único canto que es digno de Aquel cuya esencia es ser nuevo en cada instante con la riqueza irrepetible de su ser eterno.

«Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria».

Comentario a la Segunda Lectura: Tito 2,11-14. Ha aparecido la gracia de Dios a todos los hombres

Pablo escribe a Tito, su discípulo convertido del paganismo y ahora obispo de Creta, explicándole el sentido de la venida de Jesús a nosotros con palabras llenas de esperanza: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (v. 11). La universalidad de la salvación es una dimensión esencial de la Navidad, y su verdadero mensaje es el anuncio de salvación y de vida nueva para toda la humanidad sin distinciones de razas ni colores, de clases sociales, ni de dotes intelectuales ni ninguna otra cosa. El Salvador que nos ha sido dado no es sólo un niño que ha elegido nacer en un pobre establo, entre incomodidades y queridos silencios, es sobre todo la sonrisa de Dios que se ha hecho visible, porque no ha perdido su esperanza en los hombres.

Ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la sobriedad y de la justicia, el desprecio de los atractivos malos e ilusorios del mundo, a la espera del retorno glorioso del Señor (v. 13). Libremente, dirá Pablo, «se entregó a sí mismo por nosotros” (v. 14), primero hablándonos del Padre y llamándonos amigos, y después, al final, muriendo en la cruz por amor, nos ha liberado de toda esclavitud para reconducir al Padre, de una vez para siempre, a la humanidad reconciliada con él. Sólo la fe ayuda a descubrir el poder de Dios en la vivencia de un pobre. Desde que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, quiere ser acogido y reconocido como hombre:
aquí es posible la búsqueda de Dios, porque él se ha quedado entre nosotros.

Comentario al Santo Evangelio: Lucas 2,1-14. Hoy nos ha nacido un Salvador

Sobre el fondo de los anuncios proféticos (cf. Miq 5,1-4; 1 Sm 16,1-3), Lucas en el evangelio nos habla del nacimiento histórico de Jesús. El relato es simple, pero sugestivo, lleno de matices teológicos y construido sobre el modelo del anuncio misionero, que comprende tres momentos. Primero la narración del acontecimiento: el edicto de César Augusto en tiempos de Quirino, gobernador de Siria, y el nacimiento de Jesús en Belén, en la pobreza, en un país sometido a una potencia extranjera (vv. 1-7); después el anuncio hecho por los ángeles a los pastores, primeros testigos del evento de la salvación (vv. 8-14); y, por último, la acogida del anuncio, con los pastores que van a la gruta, encuentran a Jesús, y sucesivamente el relato de su experiencia a otros (w 15-20).

El punto central del relato, sin embargo, son las palabras de los ángeles a los pastores, que consideran con respeto el sentido gozoso del acontecimiento y la fe en Jesús Salvador en la figura de un niño pobre, «envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (v. 12). Dos motivos, pues, se iluminan uno a otro en el texto: la visible pobreza en la vivencia humana de Jesús y la gloria de Dios escondida en su presencia entre los hombres. Sólo unos cuantos pastores, representantes de gente pobre y humilde, reconocen al Mesías esperado: éste es el signo divino extraordinario del inicio de una época nueva en la historia de los hombres.

Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos, sobre todo, simplicidad para asombrarnos ante su mensaje. Capacidad de asombro y mirada de niño son los medios necesarios para gustar el anuncio lleno de alegría de esta noche santa. Y esta alegría tiene una motivación clara: el nacimiento de un niño, Salvador universal, que trae motivos de esperanza para todos, que son paz, justicia y salvación. Y ¿qué signos cualifican a este niño? La debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.

Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre» (Lc 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.

A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de lapax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor» (Pablo VI). ¿Somos capaces de vivir el misterio?

Comentario al Santo Evangelio: Lucas 2,1-14, para nuestros Mayores. Hoy nos ha nacido un Salvador

El acontecimiento que aquí se nos relata se caracteriza por un fuerte contraste. Del nacimiento de Jesús se habla con palabras sobrias y breves. Tal nacimiento no tiene de por sí nada de particular; es situado en el curso habitual del mundo. Sólo por medio del mensajero de Dios, que aparece en el esplendor de la luz celeste, se anuncia a los pastores lo que ha sucedido y quién es el que ha nacido. El Salvador del mundo ha venido al mundo en circunstancias ordinarias. Este contraste obliga a una reflexión más profunda. El acontecimiento lleva a alabar a Dios.

El mundo sigue su curso ordinario (2,1-7). Al inicio se menciona al emperador Augusto, cuyo dominio se extiende por el mundo mediterráneo de la época y bajo el cual se encuentra también Palestina. El se ha hecho alabar como príncipe de la paz, como salvador de las revueltas y de las guerras civiles, como garante del orden y del bienestar, El es presentado aquí en una de las funciones más típicas de un soberano. En todos los tiempos se ha interesado el poder político por tener a su disposición un censo de los propios súbditos lo más preciso posible, con el fin de reclamar al mayor número posible el pago de los impuestos. Los beneficios que los soberanos otorgan pueden ser financiados sólo con el dinero que han recaudado previamente de sus súbditos. María y José están sometidos a este censo. Es el registro de los bienes sometidos a impuestos lo que les obliga a dirigirse a Belén. El evangelista subraya que Belén es la ciudad natal de David y que José es de la casa y de la estirpe de David, Tenemos así una referencia a la promesa y a las esperanzas mesiánicas, vinculadas con Belén y con la familia de David.

También en las realidades naturales y en las relaciones entre los hombres sigue el mundo su curso. Cuando le llega el tiempo de dar a luz, María da a luz al niño, Ella se encuentra sometida a esta necesidad natural. No puede escoger por sí misma el momento ni esperar a circunstancias mejores. Como es obvio, no cuenta con ninguna ayuda. De ahí que ella misma envuelva al niño en pañales.

Evidentemente, María no ha podido encontrar cobijo más que en un establo, que no es un lugar adecuado para su hijo. Lo pone por tanto en un pesebre. Jesús dirá un día: «Los zorros tienen sus madrigueras y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). El ha iniciado su camino terreno en un pesebre. Ni su madre ni él han encontrado caminos llanos ni albergues previamente reservados. Son pobres y sin pretensiones; deben comenzar por buscar y encontrar alojamiento, tal como se lo permiten las cosas del mundo.

En contraste con este desarrollo de los acontecimientos está el esplendor de la luz celeste y la aparición del mensajero de Dios (2,8-14). El anuncia a los pastores lo que ha sucedido aquella noche, en circunstancias tan habituales, A ellos, que están llenos de miedo, se les anuncia una gran alegría. El mensajero de Dios se presenta siempre como mensajero de alegría (cf. 1,14.28). Los pastores, y todo el pueblo, tienen todos los motivos para alegrarse: ha nacido para ellos el Salvador, el Cristo, el Señor. El, que viene al mundo de modo tan pobre, es el Salvador, El tiene la capacidad y la voluntad de ayudar a salir de toda necesidad. Es el Salvador de Israel y el Salvador de todo el mundo. En todas las épocas han abundado los que se han presentado afirmando: «Yo soy la persona que necesitáis. Yo conozco el camino. Yo haré justicia. Yo os conseguiré el paraíso. Vosotros sólo debéis escucharme, seguirme, votarme y concederme todos los poderes. Yo haré todo lo demás». Pero sólo hay un Salvador, que es este. El es el Mesías largamente esperado, el Ungido del Señor, el definitivo Rey de Israel, dado por Dios. El es el Señor. Tiene en su mano todo poder y toda fuerza. Lo que él decide, acontece. Sólo la alegría es la reacción adecuada a este mensaje que proviene de Dios, Pero el signo que se indica a los pastores remite a las circunstancias de este nacimiento y propone de nuevo el contraste. Al Salvador y Señor no se le ha de buscar en un palacio real. El yace, como niño entre pañales, en una cuna improvisada, en un pesebre, en un establo.

Las reacciones provocadas por estos acontecimientos son diversas. Los pastores se dejan guiar por el signo;
encuentran al niño y transmiten el mensaje. Todos aquellos que lo escuchan se quedan estupefactos. El asombro es un buen inicio. Pero si uno permanece sólo en él, no va demasiado lejos. Al asombro y al estupor del inicio se añaden pronto otras impresiones.

Un relieve especial adquiere en el relato la reacción de María. La reflexión que hace en su corazón sobre estos acontecimientos no es una acción pasajera, sino continuada, María los medita, los piensa. Se ve aquí que para ella no todo es claro ni evidente desde el inicio; debe esforzarse por comprenderlo. Por otra parte, no acepta tampoco, con una actitud pasiva, todo lo que sucede y lo que se dice; intenta comprenderlo. No da de inmediato su propia explicación al acontecimiento, sino que lo profundiza con paciencia y sin hacer violencia, Existe también la no violencia espiritual y religiosa, que evita una esquematización forzada, que deja a las cosas ser como son y que sabe esperar para comprender.

El comportamiento de María muestra que no se puede llegar rápidamente al final de este acontecimiento; muestra que sólo con un esfuerzo continuo se le puede comprender en profundidad. ¿Cómo es posible armonizar este nacimiento que tiene lugar en la debilidad y en la pobreza humana, sometido al decurso del mundo, con las grandes palabras que hablan de Salvador, Mesías y Señor? ¿En qué consisten y cómo se expresan la paz y la salvación que trae este Salvador? ¿Qué es lo que cambia con su venida en la situación de la humanidad? ¿Qué es lo que él quiere ofrecer, si desde su nacimiento se somete de esa manera a las condiciones de vida ordinaria? Todavía hoy nos quedan muchos interrogantes sobre los que hemos de reflexionar, El evangelista presenta a María como aquella que reflexiona profundamente (cf. 1,29.34; 2,51).

Pero junto a esto se da también la alegría y la alabanza a Dios. De los pastores se dice: «Volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, que correspondía a cuanto se les había dicho» (2,20). La alegría no excluye una ulterior reflexión. Esta, sin embargo, no debe ahogar la alegría y la alabanza a Dios. La alegría no titubea; reconoce el mensaje y quisiera llegar a comprenderlo mejor. El acontecimiento y el mensaje son dignos de toda alegría. Aunque no podamos entender todo, podemos percibir en la fe que el Salvador está presente; que Dios se ha glorificado a sí mismo con su infinita misericordia; que nos ha dado la paz que proviene de su benevolencia. La única respuesta adecuada que podemos dar a todo esto es la alabanza gozosa a Dios.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 2,1-14, de Joven para Joven. Hoy nos ha nacido un Salvador

Todas las lecturas de la misa de medianoche del día 24 de diciembre nos introducen en el misterio de la Navidad. El recorrido se inicia con el profeta Isaías, que anuncia jubiloso el fin de la dominación enemiga gracias al nacimiento del “príncipe de la paz”. La segunda lectura proclama esperanzada una salvación universal y señala a Jesús como aquel que ha venido a mostrarnos el camino del bien. Por último, el evangelio según san Lucas narra en clave teológica el nacimiento del salvador esperado, del príncipe de la paz anunciado. Sólo queda que cada uno de nosotros y nuestras comunidades acojamos su venida.

Navidad es una fiesta muy importante para los cristianos, porque en ella recordamos y hacemos presente el nacimiento de Jesús, nuestro Señor y Salvador. El evangelio según san Lucas relata cómo se celebró la primera Navidad, pero, sobre todo, este relato expresa el profundo significado que tiene el nacimiento de Jesús para toda la humanidad.

Tras un momento de silencio, descubrimos juntos el mensaje de este pasaje.

El evangelio que se proclama en la vigilia de Navidad está tomado del relato de la infancia de Jesús según san Lucas (Lc 1-2). Mateo tiene también un relato que narra el nacimiento de Jesús. Aunque estos relatos se encuentran ahora al comienzo de ambos evangelios, fueron compuestos más tarde que el resto de los relatos evangélicos. En ellos encontramos sobre todo la fe de las comunidades cristianas, que veían en el niño nacido en Belén al Señor resucitado a quien ellos adoraban. Para componer estos relatos utilizaron géneros literarios, es decir, formas de escribir habituales en aquella época para narrar el nacimiento de personajes famosos (relatos de anunciación, nacimiento milagroso...). Por eso nosotros, más que tomarlos al pie de la letra, buscamos la fe que en ellos dejaron reflejada los primeros cristianos y que se ha mantenido viva en la Iglesia.

Lucas, en los dos primeros capítulos de su evangelio (Lc 1-2), relata en paralelo las infancias de Juan Bautista y de Jesús. Con la Biblia en la mano os será fácil identificar algunos elementos comunes: anuncio del nacimiento de Juan y también el de Jesús, nacimiento de ambos... De este modo, el evangelista intenta mostrar que Jesús es superior a los profetas del Antiguo Testamento, representados por el Bautista. Además, con Jesús se inaugura el tiempo del Reinado de Dios. Por eso estos dos capítulos rebosan de alegría y de continuas alabanzas por el nacimiento del Salvador.
El relato del nacimiento de Jesús está contado en tres escenas (Lc 2,1-20). Dos de ellas las leemos en la misa del gallo y la tercera el día 1 de enero.

La primera escena (Lc 2,1-7) se detiene en algunos detalles que rodearon el nacimiento de Jesús porque quiere relacionarlo con la historia de su tiempo. ¿En qué época histórica sitúa Lucas el nacimiento de Jesús? ¿Con qué acontecimiento del Imperio romano lo relaciona? ¿Qué dice de Belén? ¿Qué está indicando el evangelista a sus lectores con todo ello?

Lucas dice que el censo de Quirino se realizó en todo el Imperio romano. Al colocar este hecho en relación con el nacimiento de Jesús está dando a entender que su venida al mundo es un acontecimiento que también afecta a todo el Imperio. Subraya también que Jesús nació en Belén, “la ciudad de David”. En ella había nacido el rey más grande de Israel, y por eso muchos judíos esperaban que el Mesías naciera de la familia de David y en su mismo pueblo. Lucas muestra que esto se cumple en Jesús, adoptado por José, que era de la familia y del pueblo de David.

La segunda escena (Lc 2,8-14) dice que un ángel, un mensajero de Dios, anuncia este nacimiento a unos pastores. Pero si os fijáis bien, descubriréis que lo importante no es esto. Lo que al evangelista le interesa es decir quién es el nacido y cuál es el sentido de su nacimiento. Esto se expresa en los títulos que el ángel da al niño. Para entender mejor el significado de esos títulos es necesario saber que el emperador romano se denominaba “salvador”, que la espera de un Mesías calaba hondo entre los judíos y que a Dios se le llamaba “Señor”. ¿Cuáles son esos títulos que el ángel aplica a Jesús? ¿Qué está insinuando Lucas con ello?

Es necesario subrayar también algunas paradojas que encontramos en el evangelio de hoy: el emperador cree manejar la historia con un edicto, pero es Dios quien la dirige a través de un niño; en la oscuridad de la noche brilla la luz; la gloria de Dios se manifiesta en un recién nacido; los marginados, los pastores, son los primeros invitados... ¿Qué otras paradojas descubrís en este pasaje? ¿Qué relación guardan con la vida de Jesús?

Este relato del nacimiento de Jesús no es sólo un recuerdo entrañable, sino que encierra un mensaje de fe para nosotros. Este mensaje puede ayudarnos a celebrar la Navidad con la misma actitud de los pastores y a entenderla como una realidad que se repite cada día si tenemos los ojos abiertos y el corazón atento.

Elevación Espiritual para este tiempo

Pero ¿quién soy yo? ¿Podré decir algo digno de lo que se ve? Me faltan las palabras: la lengua y la boca no son capaces de describir las maravillas de esta solemnidad divina. Por eso yo con los coros angélicos grito y gritaré siempre: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».

Dios está en la tierra; ¿quién no será celeste? Dios viene a nosotros, nacido de una Virgen; ¿quién no se hará divino hoy y anhelará la santidad de la Virgen, y no buscará con celo la sabiduría, para hacerse más cercano a Dios? Dios está envuelto en pobres pañales; ¿quién no se hará rico de la divinidad de Dios si acoge algo humilde?

Exulto como los pastores y me sobresalto escuchando estas voces divinas: ansío ir al pesebre que acoge a Dios y deseo llegar a la celestial gruta: anhelo ver el misterio manifestado en ella y allí, en presencia del Engendrado, levantar la voz cantando: « ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama él Señor!»

Reflexión Espiritual para el tiempo de hoy


En aquella noche de Navidad una multitud del ejército celeste se apareció en Belén a los pastores, diciendo: « ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!»; en este mismo momento nosotros celebrarnos juntos el nacimiento de nuestro Señor y su pasión y muerte. Según el mundo, este modo de comportarse es extraño. Porque ¿quién en el mundo puede llorar y alegrarse al mismo tiempo y por el mismo motivo? En efecto, o la alegría será dominada por la aflicción, o la aflicción será aniquilada por la alegría; solamente en nuestros misterios cristianos podemos alegrarnos y llorar al mismo tiempo y por la misma razón. Pero pensad un poco en el significado de la palabra «paz». ¿No os parece extraño que los ángeles hayan anunciado la paz mientras el mundo está incesantemente azotado por lo guerra o por el miedo de la guerra? ¿No os parece que las voces angélicas se hayan equivocado y que la promesa fue una desilusión y un engaño?

Reflexionad ahora sobre cómo habló de la paz nuestro Señor mismo, dijo a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy». ¿Entendía Ella paz como nosotros la entendemos: el reino de Inglaterra está en paz con sus vecinos, los barones están en paz con el rey, el jefe de familia que cuenta sus pacíficas ganancias, la casa bien limpia, su mejor vino sobre la mesa para el amigo, su mujer que canta a sus hijos? Aquellos hombres que eran sus discípulos no conocían nada de esto: ellos salieron a hacer un largo viaje, a sufrir por tierra y por mar, a encontrar la tortura, la desilusión, a sufrir la muerte con el martirio. ¿Qué cosa quería, pues, decir Él? Si queréis saberlo, recordad, que dijo también: «No os la doy como la da el mundo». Así pues, El dio la paz a sus discípulos, pero no como la da el mundo.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones en la Sagrada Biblia:Los ángeles

El famoso teólogo Hans Urs von Balthasar escribía que «los ángeles están alrededor de toda la vida de Jesús. Aparecen en el pesebre como esplendor de la venida de Dios en medio de nosotros y reaparecen en la Resurrección y en la Ascensión como esplendor de nuestra subida a Dios». Realmente, los ángeles tienen en la Navidad un relieve especial: Gabriel anuncia a Zacarías y a María los futuros nacimientos del Precursor y de Cristo; los ángeles están en comunicación constante con José en el relato de la infancia de Jesús según Mateo; los ángeles entonan a coro el Gloria y se manifiestan a los pastores. Por consiguiente, merecen ser puestos en escena en la solemnidad de la Navidad.

No es fácil hablar de ellos en unas pocas líneas, porque desde la primera página de la Biblia con los «querubines y la llama de la espada flameante», guardianes del jardín del Edén (Gén 3,24), hasta la muchedumbre angélica que puebla el Apocalipsis, las Sagradas Escrituras están animadas por la presencia de estas figuras sobrehumanas pero no divinas, cuya realidad era conocida también en las culturas cercanas a Israel. El propio nombre hebreo, mal’ak, y griego, ángelos, denota su función: significa «mensajero». De ahí se ha llegado a deducir la misión de esta figura bíblica, afirmada repetidamente en la tradición judaica y en la cristiana, confirmada por el magisterio de la Iglesia y exaltada por la liturgia y por la piedad popular (a veces con algún despropósito, como en el caso del reciente movimiento de la New Age).

La misión del ángel es esencialmente la de salvaguardar la trascendencia de Dios, es decir, su ser misterioso y «otro» respecto al mundo y a la historia pero, al mismo tiempo, hacerlo cercano a nosotros comunicando su palabra y su acción, como hace precisamente el «mensajero». Por eso en algunos casos el ángel en la Biblia parece retirarse para dejar sitio a Dios que entra en escena directamente, Así, en el relato de la zarza ardiente apareciéndose a Moisés entre las llamas es ante todo el «ángel del Señor», pero a continuación es Dios quien llama desde la zarza: «¡Moisés! ¡Moisés!» (Ex 3,2-4).

La función del ángel es, por consiguiente, la de hacer visibles y perceptibles, como intermediario, la voluntad, el amor y la justicia de Dios, según se lee en el Salterio: «El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los salva pues él ordenó a sus santos ángeles que te guardaran en todos tus caminos; te llevarán en sus brazos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna» (34,8; 91,11-12). Se tiene aquí la imagen tradicional del «ángel de la guarda» que tan bien representa el ángel Azarías-Rafael del libro de Tobías.

SOBRE LA BANALIZACIÓN DE LA SEXUALIDAD – A PROPÓSITO DE ALGUNAS LECTURAS DE "LUZ DEL MUNDO"


Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe


Con ocasión de la publicación del libro-entrevista de Benedicto XVI, "Luz del mundo", se han difundido diversas interpretaciones incorrectas, que han creado confusión sobre la postura de la Iglesia Católica acerca de algunas cuestiones de moral sexual. El pensamiento del Papa se ha instrumentalizado frecuentemente con fines e intereses ajenos al sentido de sus palabras, que resulta evidente si se leen por entero los capítulos en donde se trata de la sexualidad humana. El interés del Santo Padre es claro: reencontrar la grandeza del plan de Dios sobre la sexualidad, evitando su banalización, hoy tan extendida.

Algunas interpretaciones han presentado las palabras del Papa como afirmaciones contrarias a la tradición moral de la Iglesia, hipótesis que algunos han acogido como un cambio positivo y otros han recibido con preocupación, como si se tratara de una ruptura con la doctrina sobre la anticoncepción y la actitud de la Iglesia en la lucha contra el sida. En realidad, las palabras del Papa, que se refieren de modo particular a un comportamiento gravemente desordenado como el de la prostitución (cfr. "Luz del mundo", pp. 131-132), no modifican ni la doctrina moral ni la praxis pastoral de la Iglesia.

Como se desprende de la lectura del texto en cuestión, el Santo Padre no habla de la moral conyugal, ni tampoco de la norma moral sobre la anticoncepción. Dicha norma, tradicional en la Iglesia, fue reafirmada con términos muy precisos por Pablo VI en el n. 14 de la encíclica "Humanae vitae", cuando escribió que «queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación». Pensar que de las palabras de Benedicto XVI se pueda deducir que en algunos casos es legítimo recurrir al uso del preservativo para evitar embarazos no deseados es totalmente arbitrario y no responde ni a sus palabras ni a su pensamiento. En este sentido, el Papa propone en cambio caminos que sean humana y éticamente viables, que los pastores han de potenciar «más y mejor» (cf. "Luz del mundo", p. 156), es decir, caminos que respeten plenamente el nexo inseparable del significado unitivo y procreador de cada acto conyugal, mediante el eventual recurso a métodos de regulación natural de la fertilidad con vistas a la procreación responsable.

En cuanto al texto en cuestión, el Santo Padre se refería al caso completamente diferente de la prostitución, comportamiento que la doctrina cristiana ha considerado siempre gravemente inmoral (cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral "Gaudium et spes", n. 27; "Catecismo de la Iglesia Católica", n. 2355). Con relación a la prostitución, la recomendación de toda la tradición cristiana –y no sólo de ella– se puede resumir en las palabras de san Pablo: «Huid de la fornicación» (1 Co 6, 18). Por tanto, hay que luchar contra la prostitución; y las organizaciones asistenciales de la Iglesia, de la sociedad civil y del Estado han de trabajar para librar a las personas que están involucradas en ella.

En este sentido, es necesario poner de relieve que la situación que en muchas áreas del mundo se ha creado por la actual difusión del sida, ha hecho que el problema de la prostitución sea aún más dramático. Quien es consciente de estar infectado con el VIH y que por tanto puede contagiar a otros, además del pecado grave contra el sexto mandamiento comete uno contra el quinto, porque conscientemente pone en serio peligro la vida de otra persona, con repercusiones también para la salud pública. A este respecto, el Santo Padre afirma claramente que los profilácticos no son «una solución real y moral» del problema del sida, y también que la «mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad», porque no se quiere afrontar el extravío humano que está en el origen de la transmisión de la pandemia. Por otra parte, es innegable que quien recurre al profiláctico para disminuir el peligro para la vida de otra persona, intenta reducir el mal vinculado a su conducta errónea. En este sentido, el Santo Padre pone de relieve que recurrir al profiláctico con «la intención de reducir el peligro de contagio, es un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida en forma diferente, hacia una sexualidad más humana». Se trata de una observación completamente compatible con la otra afirmación del Santo Padre: «Ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH».

Algunos han interpretado las palabras de Benedicto XVI valiéndose de la teoría del llamado "mal menor". Esta teoría, sin embargo, es susceptible de interpretaciones desviadas de tipo proporcionalista (cf. Juan Pablo II, Encíclica "Veritatis splendor", nn. 75-77). No es lícito querer una acción que es mala por su objeto, aunque se trate de un mal menor. El Santo Padre no ha dicho, como alguno ha sostenido, que la prostitución con el recurso al profiláctico pueda ser una opción lícita en cuanto mal menor. La Iglesia enseña que la prostitución es inmoral y hay que luchar contra ella. Sin embargo, si alguien, practicando la prostitución y estando además infectado por el VIH, se esfuerza por disminuir el peligro de contagio, a través incluso del uso del profiláctico, esto puede constituir un primer paso en el respeto de la vida de los demás, si bien el mal de la prostitución siga conservando toda su gravedad. Dichas apreciaciones concuerdan con lo que la tradición teológico moral ha sostenido también en el pasado.

En conclusión, los miembros y las instituciones de la Iglesia Católica deben saber que en la lucha contra el sida hay que estar cerca de las personas, curando a los enfermos y formando a todos para que puedan vivir la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad dentro del pacto conyugal. En este sentido, hay que denunciar también aquellos comportamientos que banalizan la sexualidad, porque, como dice el Papa, representan precisamente la peligrosa razón por la que muchos ya no ven en la sexualidad una expresión de su amor. «Por eso la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha para que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana» ("Luz del mundo", p. 131).

21 de diciembre de 2010

jueves, 16 de diciembre de 2010

Día 19 de diciembre. Domingo IV de Adviento.


Evangelio: Mt 1, 18-24 La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Consideraba él estas cosas, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
—José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:
"Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros".
Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús.


Al modo de Dios

A cualquiera nos resulta evidente que el mundo que contemplamos y su concreta configuración no se debe a nosotros mismos. Es algo que reconocemos, que captamos con más o menos profundidad, intentando tener un conocimiento lo más exacto posible de esta realidad, así como de las normas o leyes que rigen el comportamiento y destino de cada uno de los seres que componen nuestro mundo. El hombre no es creador, sino, en todo caso, descubridor de una realidad anterior a él mismo, en la que está incluído, con las excelentes características que lo determinan como persona: pero es uno más de los seres existentes en el mundo.

Constituído sobre el resto de la Creación, el hombre no se ha otorgado a sí mismo esta superioridad, pues ninguno nos hemos conformado en personas, ni decidido, por tanto, nuestro modo de ser. Más bien, nos corresponde descubrir y aceptar nuestra propia verdad, como condición previa para todo comportamiento personal ulterior, pues sólo a partir del conocimiento propio cabe pensar en una acción verdaderamente libre y humana. De hecho, nada más llamamos humana, a aquella conducta que es libre: decidida por cada uno, en la que el sujeto no se siente forzado a actuar, y de la que conoce sus diversas posibilidades de acción y las consecuencias.

Como conclusión del relato evangélico que hoy consideramos, dice el evangelista que al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa. José actúa libremente, aunque no llevara él la iniciativa, queriendo secundar en todo la voluntad que Dios, que el ángel le mostraba como divina. Tenemos en él un ejemplo permanente de fidelidad a la vocación, pues, cada vez que aparece en los escritos evangélicos, lo vemos colaborando con la misión del Verbo encarnado –que se le confió como hijo–, casi siempre recibiendo indicaciones de parte de Dios que le concretan de modo explícito lo que espera de él.

En esto está la grandeza de José. Humanamente no es un personaje famoso de su tiempo, ni aparece para sus parientes y conocidos como autor de grandes hazañas; sin embargo, sólo con su vida –ordinaria casi siempre–, porque en todo momento respondió a las llamadas divinas, ha merecido un puesto de privilegio en la Gloria del Cielo, y ser recordado con admiración por todos los cristianos.

En este tiempo nuestro, cuando para muchos parece decisivo triunfar ante la gente, y que en eso estaría el valor personal; el Esposo de María nos enseña verdadera eficacia y sencillez: José cumple lo que Dios esperaba de él sin pensar en el propio lucimiento ni en satisfacciones personales. Actúa tan sólo a impulsos del querer divino, de modo que le basta conocer lo que el Señor espera de él para procurar ponerlo por obra, empleando para ello lo mejor de sus cualidades. Fe, esperanza y caridad eran hábitos corrientes en su conducta. Es más, por la docilidad con que reacciona a los estímulos sobrenaturales, manifiesta cuánto le movía ya en la tierra el amor de Dios. Un amor plasmado en obras de fidelidad: obediente enseguida a la indicación del ángel de recibir a María como esposa, en contra de lo que él ya había decidido; o, como veremos, poco tiempo después, saliendo enseguida, en plena noche hacia un país extraño, porque fiado del aviso recibido, también en sueños, descansa en la esperanza de encontrar en Egipto el mejor lugar para establecer su familia, por increíble que pudiera parecer, con las razonables dificultades del viaje y las demás incomodidades, lógicas en una tierra desconocida.

Las páginas del Evangelio, como ésta que hoy consideramos, pueden movernos al examen: ¿me intrresa en realidad descubrir lo que agradará más al Señor en mi modo de actuar?; ¿hasta qué punto y con qué diligencia sigo lo que me pide, lo que reconozco que es su voluntad para mí? Porque, viviendo de modo consciente en la presencia de Dios, nuestra vida ha de ser de fe, esperanza y amor. Pidamos por ello a Dios, Nuestro Padre, de quien procede todo bien y que nos quiere santos, que aumente en cada uno las virtudes teologales, para tener así realismo sobrenatural; y que, firmemente apoyados en la materia de este mundo, podamos vivir vida de hijos de Dios. La mente de cada uno, atenta al destino para el que nos quiere el Creador, gobernará la conducta nuestra haciéndonos estar plenamente en las cosas de este mundo, pero sin reducirnos a lo mundano. Comprobaremos así que hasta lo más terreno, si forma parte de la vida de los hombres, puede y debe ser sobrenatural, capaz de manifestar amor a Dios, que eso espera de sus hijos en cada instante.

La nuestra será, como la de María, una vida de fe, esperanza y amor. Será, como la suya, aunque el dolor acompañe, una vida colmada de rico sentido e inmensamente feliz, en la presencia de nuestro Padre del Cielo.

Historia Digital del Nacimiento de Jesús

lunes, 6 de diciembre de 2010

Stephen Hawking no habla como científico al negar la obra creadora de Dios


Según el profesor de Oxford, William Carroll
No hay afirmación o descubrimiento científico que pueda poner en entredicho la obra creadora de Dios, afirma el profesor William Carroll de la Universidad de Oxford.

"Ninguna explicación del cambio cosmológico o biológico, por mucho que afirme estar basada radicalmente en el azar o lo contingente, pone en tela de juicio la consideración metafísica de la creación, es decir, la dependencia de todas las cosas de Dios como causa. Cuando ciertos pensadores niegan la creación basándose en teorías de las ciencias naturales, están comprendiendo equivocadamente la creación o las ciencias naturales, o ambas cosas", afirma en el número 60 de revista "Humanitas".

Con ello rebate la teoría postulada por el científico Stephen Hawking, según la cual la creación de universos múltiples a partir de la nada "no requiere de la intervención de un ser sobrenatural o un dios", sino que "surgen naturalmente de las leyes físicas".

Carroll argumenta en la revista de antropología y cultura cristiana de la Pontificia Universidad Católica de Chile: "Las interrogantes sobre el orden, el diseño y el azar en la naturaleza se refieren a la ‘manera o modo' de la formación del mundo. Las tentativas de las ciencias naturales de explicar estas facetas de la naturaleza no ponen en tela de juicio el ‘hecho de la creación'".

El profesor de Teología hace una consideración sobre reciente libro A Brief History of Time, donde Hawking pretende que las interrogantes fundamentales del carácter de la existencia que han intrigado por milenios a los filósofos, están ahora dentro de la competencia de la ciencia y "la filosofía a muerto". A partir de estos argumentos, Carroll invita a una reflexión sobre lo que significa la palabra "crear", junto con un análisis de la capacidad de una respuesta a esta pregunta a partir de las ciencias naturales: "la afirmación- de carácter ampliamente filosófico y ciertamente no científico- de que el universo es autosuficiente y no existe necesidad alguna de un Creador para explicar por qué algo existe y no la nada, es producto de confusiones fundamentales en cuanto a los ámbitos explicativos de las ciencias naturales y la filosofía", postula.

Advierte que frecuentemente se cae en un "naturalismo totalizador", que elimina la necesidad de apoyarse en explicaciones que trasciendan las cosas físicas. "La conclusión que a muchos parece ineludible es que no es necesario recurrir a la idea de un Creador, es decir, a cualquier causa que esté fuera del orden natural".

La negación de la existencia de un Creador se debe, según Carroll, a que se supone que ser creado requiere que haya un comienzo temporal. Es así como se vincula la aceptación o rechazo de un Creador a la de la acogida de la explicación de un fenómeno como el Big Bang, pensando que al descartarse la posibilidad de este evento original se elimina la necesidad de recurrir a un Dios como explicación causal. Sin embargo, continúa el autor, "Un universo eterno no sería menos dependiente de Dios que un universo temporal".

Argumenta que la creación no es un cambio a partir de algo ya existente: "la creación, por otra parte, es causa radical de toda la existencia o todo cuanto existe. La creación no es un cambio. Causar totalmente la existencia de algo no es producir un cambio en algo, o trabajar en un material existente o con el mismo. Cuando se dice que un acto creativo de Dios se produce ‘a partir de la nada', esto significa que nada utiliza Dios al crear todo lo que es; no significa que haya un cambio de ‘nada' a ‘algo'".

Con ello se opone a la teoría de Hawking, según la cual la creación significa simplemente "poner el Universo en marcha".

"Es un error emplear argumentos de las ciencias naturales para negar la creación; pero también es un error recurrir a la cosmología como confirmación de la creación. La razón puede conducir al conocimiento del Creador, pero el camino se encuentra en la metafísica y no en las ciencias naturales"- dice. Ello se debe a que la causalidad de Dios respecto a las criaturas es de diversa naturaleza que la causalidad e interdependencia en el nivel de lo creado que investigan los científicos: "La causalidad de Dios es tan distinta a la causalidad de las criaturas, que no existe competencia entre ambas, esto es, no necesitamos poner límites (...) a la causalidad de Dios para dar lugar a la causalidad de las criaturas".

La pregunta por la causa creadora se distingue de la explicación del diseño del Universo. Hawking, manifiesta Carroll, niega la necesidad de recurrir a un Gran Diseñador, pero el postulado de un Creador responde una cuestión que se encuentra en un nivel superior a las afirmaciones cosmológicas o biológicas que se remiten a la posibilidad del cambio.

La mujer que vuela


- Puedo volar -dice la mujer. Se la ve grande y cansada. Fue bella.
- Trapecista. Una genial trapecista- entiende el director del circo.
- No. Yo vuelo. De verdad
- ¿Con cables invisibles? ¿Con un sistema de imanes, como el mago David Copperfield?
- Usted no entiende. Como Súperman.
La mujer alza el vuelo y da una vuelta completa alrededor de la carpa.
- Una gran artista. Pero no es este su lugar, señora - el director es sincero y odia tener que rechazar a una gran artista. - Este es un modesto circo de minicuento. Estoy seguro de que tendrá más suerte en una novela de realismo mágico.

-Ana María Shua

El robo


Siempre pensé que lo suyo era simple y llana cleptomanía. Le gustaba robarse un cenicero, el platito de la taza de café, tal o cual libro, la pipa de su mejor amigo. Sin embargo, la otra vez entendí que lo suyo era algo más grande: poco a poco se apoderaba del mundo.

-Marcial Fernández

Mario Domm habla sobre su amor en Twitter


México.- Amigos de Twitter: Hoy les voy a contar una historia de amor… La mas triste de todas.

Érase una vez, una luciérnaga azul muy especial que un día chocó con una luciérnaga rosa, que era mucho mas brillante aún, la mas bella que jamás hubiera conocido, la vió a los ojos, la escuchó cantar y la luciérnaga azul de inmediato cayó enamorada de su luz, fue así que decidieron comenzar la difícil tarea de amarse.

Al principio todo fue perfecto, sonrisas, miel y toda la ilusión que gira al inicio del amor, pero un día a la mitad de un beso se dieron cuenta de que algunos habitantes del pantano, los miraban fijamente, les molestaba tanta luz.

Las luciérnagas, ciegas de amor, no veían la realidad, entre tantas voces la luciérnaga azul y la luciérnaga rosa dejaron de escucharse y empezaron a escuchar a los demás... fue así que el amor se convirtio en dolor.

Cada uno intentó seguir su camino y encontrar en otras criaturas un brillo semejante, la luciérnaga rosa se enamoró de nuevo, esta vez de un ave del sur.

Sin el brillo de su amada, la luciérnaga azul tenia el corazón a obscuras y en el silencio, le escribió miles de poemas y canciones.

El estanque entero recibió en su corazón estas canciones haciéndolas suyas, entonces la luciérnaga azul decidió cantar para todos, olvidandose de si mismo.

Un dia la luciérnaga azul despertó y mirandose al espejo se dió cuenta de que se había convertido en un dragón, como no estaba acostumbrado a sus nuevas alas, lastimó a dos princesas, una muy “linda” y otra, habitante y dueña del “castillo”.

El dragón descubrió que le era imposible olvidar su origen y que no podía dejar de amar a su luciérnaga rosa, la que en el pasado le cantaba mientras lo guiaba...así que tomó una decisión.

Cansado del dolor y de la soledad, el dragón se puso en manos del destino, volvió al pantano y se encontró en una fiesta pantanal a su amada luciérnaga rosa, la que le había despertado las mejores cosas de su vida, más que los viajes, más que las princesas, más que el más grande sentimiento que cualquier luciérnaga hubiera experimentado jamás.

Hipnotizados de amor, nostalgia y frustración decidieron probarse de nuevo, un beso bastó para romper el hechizo de dolor y para darse cuenta de que el amor seguia intacto, tal cual lo habian dejado.

El dragón sacó una foto del hermoso beso, para nunca olvidarse de donde venía, para recordar lo que alguna vez lo motivó a aterrizar y a dejar de ser esclavo de su libertad.

Pero como en algunas historias los finales no son felices, la foto del recuerdo se reflejó en el lago entero, y algunos habitantes del pantano, señalaron y persiguieron a la luciérnaga rosa por haberle causado sin querer dolor al ave del sur.

La luciérnaga rosa, se volvió colibrí y llena de tristeza empezó a pensar seriamente en irse para siempre del pantano, harta de la persecución de algunos, y el Dragón hoy se encuentra en Paraguay abriendo su corazón a ustedes para que conozcan su verdad.

Con Cariño.

Mario Domm.

CERN da un nuevo paso para desvelar los secretos de la antimateria


El Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) ha logrado un nuevo e importante paso en el desarrollo de técnicas que permitan comparar la materia y la antimateria y con ello desvelar algunos de los secretos mejor guardados del Universo

Ginebra, EFE - Esta vez el experimento revolucionario ha sido el ASACUSA, que ha desarrollado una innovadora técnica para estudiar la antimateria, gracias a una trampa magnética de partículas que ha conseguido producir una cantidad significativa de átomos de antihidrógeno en vuelo.

La idea es producir el máximo número posible de átomos de antihidrógeno y mantenerlos separados de la materia el mayor tiempo posible para poder estudiarlos.

La antimateria, o la inexistencia de ella, es una de las grandes incógnitas del Universo, dado que en el momento del Big Bang, el inicio de nuestro mundo, la materia y la antimateria se produjeron por igual.

Sin embargo, en nuestro mundo la antimateria parece haber desaparecido, y uno de los retos de los científicos es lograr entender qué pasó hace 14.000 millones de años, en el momento de la creación del Universo.

Los científicos pretenden comparar la materia y la antimateria para determinar si hay alguna pequeña diferencia entre ellas y si ésta es la causante de la supuesta desaparición de la segunda.

La materia y la antimateria son idénticas excepto en que tienen carga eléctrica opuesta y se aniquilan cuando se encuentran.

La técnica de ASACUSA es complementaria a la del experimento ALPHA, y también al de ATRAP, todos empeñados en crear suficientes cantidades de antimateria para poder estudiarla y compararla posteriormente con la materia.

"Con todos estos diferentes métodos que producen antihidrógeno, la antimateria no va a tardar a revelarnos sus secretos", declaró Yasunori Yamazaki, del centro de investigación RIKEN y uno de los jefes del equipo de investigación de ASACUSA.

El CERN tiene una larga trayectoria en este tipo de estudios -la primera producción de átomos de antihidrógeno se remonta a 1995- y es el único en el mundo que tiene un laboratorio que puede recrear este tipo de experimentos.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Lectio Divina. Domingo 2o. de Adviento Adviento. Oración con el Evangelio. Ciclo A. Autor: P. Martin Irure | Fuente: Catholic.net Mt 3, 1-12 1.





1. INVOCA

# Me dispongo a entrar en el ambiente de la oración, de escuchar la Palabra, el mensaje que el Padre me da al entregarme su Verbo, su Palabra.
# El Espíritu viene a mí, como aquella vez vino sobre María. Y quedó fecundada por la Palabra. Es el mismo Espíritu que viene y que fecunda la Palabra en mí.
# Orar es dejarle a Dios decirme que me ama tal como soy (A. López Baeza).
# Invocamos al Espíritu: Veni, Sancte Spiritus:

Ven, Espíritu Santo,
te abro la puerta,
entra en la celda pequeña
de mi propio corazón,
llena de luz y de fuego mis entrañas,
como un rayo láser opérame
de cataratas,
quema la escoria de mis ojos
que no me deja ver tu luz.

Ven. Jesús prometió
que no nos dejaría huérfanos.
No me dejes solo en esta aventura,
por este sendero.
Quiero que tú seas mi guía y mi aliento,
mi fuego y mi viento, mi fuerza y mi luz.
Te necesito en mi noche
como una gran tea luminosa y ardiente
que me ayude a escudriñar las Escrituras.

Tú que eres viento,
sopla el rescoldo y enciende el fuego.
Que arda la lumbre sin llamas ni calor.
Tengo la vida acostumbrada y aburrida.
Tengo las respuestas rutinarias,
mecánicas, aprendidas.
Tú que eres viento,
enciende la llama que engendra la luz.
Tú que eres viento, empuja mi barquilla
en esta aventura apasionante
de leer tu Palabra,
de encontrar a Dios en la Palabra,
de encontrarme a mí mismo
en la lectura.

Oxigena mi sangre
al ritmo de la Palabra
para que no me muera de aburrimiento.
Sopla fuerte, limpia el polvo,
llévate lejos todas las hojas secas
y todas las flores marchitas
de mi propio corazón.

Ven, Espíritu Santo,
acompáñame en esta aventura
y que se renueve la cara de mi vida
ante el espejo de tu Palabra.
Agua, fuego, viento, luz.
Ven, Espíritu Santo. Amén. (A. Somoza)



2. LEE LA PALABRA DE DIOS (Mt 3, 1-12)

Contexto bíblico

# El texto nos presenta la figura de Juan Bautista. Juan fue un personaje importante. El historiador judío Flavio Josefo le dedica más atención que al mismo Jesucristo.
# Juan aparece en el desierto, lugar de penitencia y de preparación para entrar en la tierra prometida. Recuérdese la travesía por el desierto del pueblo de Israel. Juan Bautista se ubica en las orillas del río Jordán, de tantos recuerdos religiosos del pueblo de Israel.
# Juan podía haberse quedado en Jerusalén, como sucesor de su padre Zacarías, sacerdote del templo. Rompe con aquella tradición secular y venerada. Y se retira al desierto.
# En el ambiente del: desierto, Jordán, alejado de Jerusalén, en renuncia a su ejercicio sacerdotal, aparece la enorme figura del Bautista.

1. La figura y misión de Juan

# Mateo, en su interés por demostrar que las profecías se cumplen en los tiempos mesiánicos, aplica a Juan el Bautista las palabras de Isaías: Voz del que grita en el desierto: `Preparen el camino del Señor; nivelen sus senderos´ (v. 3). La Palabra antigua se actualiza en este momento en la figura de Juan. Como sucederá con Jesús, cuando se presenta en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 14-21). La palabra siempre es actual.
# La predicación de Juan es la más parecida a Jesús, según Mateo. Es la predicación más cristiana. Resume su mensaje inicial con las mismas palabras que retomará después Jesús: Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos (Mt 3, 2; Mt 4, 17).
# Lucas presenta a Juan como el último profeta del AT (Lc 16, 16). Para Mateo (11, 1-19), el Bautista inaugura la llegada del Reino de Dios y su actuación es signo evidente del Reino.
# Figura austera la de Juan, que ha roto con la religiosidad oficial y está presentando mensajes nuevos de conversión.

2. El mensaje de Juan Bautista

a) Conviértanse (v. 2). Juan pide un cambio radical, que afecta a todo la persona y a todas las direcciones de su actuación. No es un cambio superficial y pasajero. Es a fondo y definitivo.

b) Porque está llegando el Reino de los cielos (v. 2). Es la expresión típica de Mateo para no herir a los judíos, que evitaban pronunciar el nombre de Dios.

- El Reino de Dios quiere decir que el Señor va a estar presente en la sociedad. Con Jesús, Dios comienza a establecer su Reino, al tratar a todos como hijos de Dios y como hermanos, borrando las fronteras de separación, marginación e injusticia.

c) No piensen que basta decir: "Somos descendientes de Abrahán " (v. 9). Esto va dirigido a los fariseos (v. 7) y a aquellos que procedan de modo parecido a ellos. El Reino de Dios es para todos, no para un pueblo en exclusiva. Ni siquiera vale decir: "Soy cristiano". En consecuencia, Dios me “tiene que dar” lo que le pido y, también, la salvación. El fariseísmo consiste en creerse con derecho a: obtener los favores que a Dios le pido, librarme de los problemas porque “soy bueno”, y creerme con derecho a la salvación “por mis méritos”. ¡Esto es puro fariseísmo!

d) Den frutos que prueben su conversión (v. 8). “Obras son amores y no buenas razones”. La verdadera conversión se manifiesta en las obras. No basta con evitar el mal, el pecado. Hay que hacer el bien. No basta con una conversión superficial. Tiene que ser desde el interior, en las actitudes.

e) Todo árbol que no dé fruto va a ser cortado y echado al fuego (v. 10). No es cuestión de pensar que Dios va a castigarnos, sino que viene a colaborar con nosotros en la poda necesaria de nuestros vicios y pecados. Que Dios sea justo quiere decir que es liberación (salvación), que hace justicia a los pobres, y que el hijo de Dios debe proceder de igual modo.

f) Yo los bautizo con agua... (v. 11). Pero, él los bautizará con Espíritu Santo y fuego (v. 11). El bautismo de Jesús, sacramento para nosotros, es la presencia del Espíritu del Resucitado en nosotros. Es el Pentecostés en el cristiano. Para quemar y purificar lo desviado y para animar y potenciar lo bueno. El Mesías actuará con poder y justicia. Jesús, al morir, nos entrega su Espíritu (Jn 19, 30).

g) Preparen el camino al Señor (v. 3). Quiten los obstáculos personales que impiden que Dios-Amor venga. Que Dios-humanidad venga a transformar nuestros modos humanos en el misterio humano-divino de Jesucristo, hombre y Dios.


3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)

# Ir al desierto, lugar teológico de salvación, desprendiéndose de lo superfluo, con la esperanza puesta en la patria que es Jesús: cielos nuevos, tierra nueva.
# Pasar por el río Jordán, renovando nuestro bautismo en Espíritu y fuego. Arder al calor del Espíritu de Jesús, para ser en Él hijos amados del Padre (Mt 3, 17).
# Preparar el camino al Señor. Ser profeta y evangelizador. Ser Evangelio vivo de Jesús, Buena Noticia de esperanza y salvación para tanta gente desesperanzada.


4. ORA

Suscita en nosotros, Señor, el deseo vivo de una verdadera conversión. Hemos recorrido muchos caminos, que no conducen a la vida. Hemos cruzado por muchos lugares, que nos han dejado heridas de pecado en nuestro interior. Queremos pasar por las aguas del Jordán, santificadas por tu presencia, Jesús. Renuévanos, Señor, con tu Espíritu y arderá nuestro corazón en la hoguera de tu amor.


5. CONTEMPLA

# A Jesús que nos anuncia el Reino del Padre.
# Su amor, su justicia, su salvación. Que derrama abundantemente sobre nosotros el Espíritu de fortaleza, que ahuyenta toda cobardía.


6. ACTÚA.

Qué resuene en su interior. Conviértete, porque está cerca el Reino de los cielos.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Recursos en la web para vivir y ayudar a vivir el Adviento. Postal virtual de Red Misión México


Ahora es posible prepararse espiritual y cristianamente a la Navidad. Una página ofrece recursos en la Red para orar, reflexionar, encender las velas de Adviento y vivir este tiempo litúgico que se abre a la Esperanza de la llegada de Jesús.

La postal virtual preparada por la Red Misión México, ha sido dada a conocer a ZENIT por Pablo Gómez Gallardo, coordinador de la iniciativa

Red Misión México, a través de su portal de recursos en línea MissionKits.org, ha publicado una postal virtual para este tiempo litúrgico, como ya hiciera para Navidad, Cuaresma y Pentecostés.

Según explica Gómez Gallardo, “esta vez se trata de una tarjeta de Adviento, en la que una persona puede encender semana a semana una de las cuatro velas de la corona, al mismo tiempo que puede escuchar una reflexión en video para cada semana y otra explicando el origen de la corona de Adviento”.

“Creemos –añade- que es muy importante empezar desde ahorita la preparación para la Navidad, y es por esto que no quisimos esperar para enviar una tarjeta de Navidad, que por supuesto lo haremos en su momento”.

La tarjeta en línea tiene muchas ventajas, señala el coordinador de la iniciativa, entre ellas, el poder compartirla fácilmente, ya sea por correo de forma personalizada o por Facebook y Twitter.

También se puede hacer una suscripción para recibir cada semana un recordatorio para encender la siguiente vela, así como imprimir una oración para el rezo en familia.

Una iniciativa que se puede compartir con todos los familiares y amigos, facilitando así la preparación a la buena noticia que se renueva cada año en Navidad.

Enlace a la tarjeta: http://www.missionkits.org/adviento.

28/11/2010. Primer domingo de Adviento: El acontecimiento


Comentario al Evangelio del próximo domingo, 28 de noviembre, primero de Adviento (Mateo 24,37-44), redactado por Jesús Sanz Montes

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (24,37-44):

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»



La palabra acontecimiento indica algo más que un simple acontecer. El acontecimiento nos arranca de la rutina cotidiana para gritarnos que es posible la sorpresa y el estupor. Los cristianos iniciamos con este domingo un nuevo adviento. Y digo bien: nuevo y adviento. Porque no se trata de repetir mecánicamente el guión de advientos pretéri­tos. Jamás la liturgia cristiana es una puesta en escena de las obras ya estrenadas y sabidas. Más bien nos empuja la liturgia a mirar el acontecimiento: Jesucristo, Señor y Salvador. Porque una novedad es tal cuando lo que alguna vez hemos visto u oído, lo que alguna vez ha empezado a acontecer en nosotros, se torna más verdad cada día.

La Palabra de Dios de este primer domingo nos describe el adviento hablando de ese doble movimiento que se da en la historia de la salvación. En el primer movimiento tiene Dios la iniciativa: es el Dios que vino, que viene y que vendrá, con un continuo abalanzarse a nuestras situaciones. El segundo movimiento se inscribe en el corazón del hombre: la espera y la vigilancia. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Esto es el adviento.

La historia de este tiempo litúrgico habla de los tres advientos: mirando al Señor que ya vino una vez (primer adviento, hace 2000 años), nos preparamos a recibirle en su última venida (tercer adviento, al final de los tiempos), acogiendo al que incesantemente llega a nuestro corazón (segundo adviento, en nuestro hoy de cada día).

El "no sabéis el día ni la hora" que escuchamos en el Evangelio, no es una encerrona terrible que pretende asustarnos, sino un toque de atención para que cuando Él manifieste su gracia en nuestros corazones podamos sencillamente reconocerlo. Así dice una antigua oración: "Oh Dios que vendrás a manifestarte en el día del juicio, manifiéstate primero en nuestros corazones mediante tu gracia".

Sin duda que necesitamos que acontezca la eterna novedad del Señor en la venas de nuestra vida. Hay demasiadas pesadillas en nuestro mundo planetario de las que despertar, demasiadas rutinas que cansan y agotan, demasiadas necesidades en nuestro corazón y en el corazón social de que Alguien que ya vino y que vendrá, venga ahora también para encendernos la luz, una Luz que no se apague, y para cambiar todas nuestras maldiciones y enconos en ternura y bendición

jueves, 18 de noviembre de 2010

Día 21 XXXIV Domingo. Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo





Evangelio: Lc 23, 35-43 El pueblo estaba mirando, y los jefes se burlaban de él y decían:
—Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si él es el Cristo de Dios, el elegido.
Los soldados se burlaban también de él; se acercaban y ofreciéndole vinagre decían:
—Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Encima de él había una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados le injuriaba diciendo:
—¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le reprendía:
—¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal.
Y decía:
—Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
Y le respondió:
—En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.


Cristo Rey con todo derecho


El último domingo del Tiempo Ordinario celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Nos ofrece hoy la Iglesia un pasaje, de san Lucas en este caso, en el que aparece Jesús despreciado y materialmente humillado por los judíos, por haber manifestado su condición real. Según nos narran los Evangelios, poco antes había reconocido ser el Rey de los judíos, respondiendo a la pregunta de Pilato. Pero el Señor no se había otorgado a sí mismo la realeza y mucho menos usurpaba indebidamente un título al considerarse Rey. Ya los Magos, por una revelación cuya naturaleza desconocemos, relacionaron la estrella que vieron en Oriente con el nacimiento del Rey de los judíos. Rey de Israel lo reconoció Natanael, cuando Jesús le dijo que lo había visto antes que Felipe bajo la higuera. Y asimismo la muchedumbre, saciada por los panes y los peces multiplicados milagrosamente por Jesús, quiere proclamarlo Rey, pero en aquella ocasión se marchó al monte Él solo.

El domingo anterior a su muerte acoge, sin embargo, el Señor los clamores de la gente que lo proclaman hijo de David y Rey, y hasta reprende a los fariseos que se escandalizan: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras, les dice. Se cumple con su paso por Jerusalén cabalgando un borrico lo que profetizó Zacarías: No temas, hija de Sión. Mira a tu rey, que llega montado en un pollino de asna. Y al viernes siguiente, sabiendo que le esperaba la muerte, no teme proclamar ante Pilato su condición real, aunque dejando claro que no es un reino terreno el suyo.

A pesar de las burlas que se escucharon al pie de la Cruz era cierta la inscripción: «Este es el Rey de los judíos» referida a Cristo. Tan seguro estaba el Señor del poder que garantizaba su realeza, que no tenía necesidad de demostrarlo a los que le retaban: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Se hubiera comportado, de haberlo hecho, como tantos poderosos de este mundo que necesitan mostrar su fuerza para ser respetados por otros que también se consideran fuertes. Jesucristo, en cambio, siendo Dios y absolutamente poderoso; Señor y Rey de cuanto existe y de todo el poder que puede ser pensado, no siente esa necesidad: doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo. Por esto, poco antes de morir, puede decir al buen ladrón que lo reconoce como Rey: hoy estarás conmigo en el Paraíso.

También en nuestro tiempo algunos son incapaces de entender otros reinados que los de la fuerza, las riquezas, las influencias... Con esos poderes se imponen algunos materialmente. Se trata en todo caso de reinados de aquí, que para unos y para otros duran, en el mejor de los casos, mientras están en el mundo. Conviene por ello recordar, como nos enseña el salmo segundo refiriéndose a Nuestro Señor, que por el contrario Su Reino es un Reino eterno y todos los reyes le servirán y obedecerán. ¡Qué seguridad, sentirse en un Reino así!, un Reino de justicia, de amor y de paz. Porque, siendo gobernado por la misma bondad, podemos sentirnos siempre seguros y además, su Reino no tendrá fin, como decimos al recitar el Credo.

El cristiano, consciente de seguir a Cristo, existiendo bajo Cristo, vive orgullosamente seguro. Aclama desde el fondo de su corazón, como en un permanente domingo de Ramos: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel... ¡Hosanna al Hijo de David!... ¡Hosanna en las alturas! Y así van pasando para él sus días, ocupado ordinariamente en actividades semejantes a las de cualquiera –se diría que su vida no tiene nada de especial–, pero convencido, sin embargo, de ser, en cierto sentido, extraordinario: más próximo a Dios por voluntad del Creador que al resto de la Creación, al sentirse capaz de difundir a los otros hombres el talento incomparable de reconocerse hijo de Dios y destinado a ser uno con Él eternamente.

La gran solemnidad que hoy celebramos nos inunda, por tanto, de una alegría contagiosa. No nos conformamos con exultar interiormente, ni tampoco sólo con "los nuestros", al reconocernos junto a otros cristianos hijos aunque siervos de tan gran Rey. La misma Gracia que nos hace ser de la familia de Dios, ha puesto, por así decir, en cada uno, la necesidad imperiosa de comunicar a la humanidad entera esta gran verdad de nuestra gozosa condición: un tesoro demasiado grande para dejarlo encerrado sólo en cada uno; y parece, más bien, que su valor se acrecienta en nosotros cuanto más se comparte.

Es lo que debía sentir la Madre de Dios, que no puede contenerse y exulta: mi alma alaba al Señor y se llena de gozo mi espíritu en Dios mi Salvador.

Día 21 XXXIV Domingo. Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo


Evangelio: Lc 23, 35-43 El pueblo estaba mirando, y los jefes se burlaban de él y decían:
—Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si él es el Cristo de Dios, el elegido.
Los soldados se burlaban también de él; se acercaban y ofreciéndole vinagre decían:
—Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Encima de él había una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados le injuriaba diciendo:
—¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro le reprendía:
—¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal.
Y decía:
—Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
Y le respondió:
—En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.


Cristo Rey con todo derecho


El último domingo del Tiempo Ordinario celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Nos ofrece hoy la Iglesia un pasaje, de san Lucas en este caso, en el que aparece Jesús despreciado y materialmente humillado por los judíos, por haber manifestado su condición real. Según nos narran los Evangelios, poco antes había reconocido ser el Rey de los judíos, respondiendo a la pregunta de Pilato. Pero el Señor no se había otorgado a sí mismo la realeza y mucho menos usurpaba indebidamente un título al considerarse Rey. Ya los Magos, por una revelación cuya naturaleza desconocemos, relacionaron la estrella que vieron en Oriente con el nacimiento del Rey de los judíos. Rey de Israel lo reconoció Natanael, cuando Jesús le dijo que lo había visto antes que Felipe bajo la higuera. Y asimismo la muchedumbre, saciada por los panes y los peces multiplicados milagrosamente por Jesús, quiere proclamarlo Rey, pero en aquella ocasión se marchó al monte Él solo.

El domingo anterior a su muerte acoge, sin embargo, el Señor los clamores de la gente que lo proclaman hijo de David y Rey, y hasta reprende a los fariseos que se escandalizan: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras, les dice. Se cumple con su paso por Jerusalén cabalgando un borrico lo que profetizó Zacarías: No temas, hija de Sión. Mira a tu rey, que llega montado en un pollino de asna. Y al viernes siguiente, sabiendo que le esperaba la muerte, no teme proclamar ante Pilato su condición real, aunque dejando claro que no es un reino terreno el suyo.

A pesar de las burlas que se escucharon al pie de la Cruz era cierta la inscripción: «Este es el Rey de los judíos» referida a Cristo. Tan seguro estaba el Señor del poder que garantizaba su realeza, que no tenía necesidad de demostrarlo a los que le retaban: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Se hubiera comportado, de haberlo hecho, como tantos poderosos de este mundo que necesitan mostrar su fuerza para ser respetados por otros que también se consideran fuertes. Jesucristo, en cambio, siendo Dios y absolutamente poderoso; Señor y Rey de cuanto existe y de todo el poder que puede ser pensado, no siente esa necesidad: doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo. Por esto, poco antes de morir, puede decir al buen ladrón que lo reconoce como Rey: hoy estarás conmigo en el Paraíso.

También en nuestro tiempo algunos son incapaces de entender otros reinados que los de la fuerza, las riquezas, las influencias... Con esos poderes se imponen algunos materialmente. Se trata en todo caso de reinados de aquí, que para unos y para otros duran, en el mejor de los casos, mientras están en el mundo. Conviene por ello recordar, como nos enseña el salmo segundo refiriéndose a Nuestro Señor, que por el contrario Su Reino es un Reino eterno y todos los reyes le servirán y obedecerán. ¡Qué seguridad, sentirse en un Reino así!, un Reino de justicia, de amor y de paz. Porque, siendo gobernado por la misma bondad, podemos sentirnos siempre seguros y además, su Reino no tendrá fin, como decimos al recitar el Credo.

El cristiano, consciente de seguir a Cristo, existiendo bajo Cristo, vive orgullosamente seguro. Aclama desde el fondo de su corazón, como en un permanente domingo de Ramos: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel... ¡Hosanna al Hijo de David!... ¡Hosanna en las alturas! Y así van pasando para él sus días, ocupado ordinariamente en actividades semejantes a las de cualquiera –se diría que su vida no tiene nada de especial–, pero convencido, sin embargo, de ser, en cierto sentido, extraordinario: más próximo a Dios por voluntad del Creador que al resto de la Creación, al sentirse capaz de difundir a los otros hombres el talento incomparable de reconocerse hijo de Dios y destinado a ser uno con Él eternamente.

La gran solemnidad que hoy celebramos nos inunda, por tanto, de una alegría contagiosa. No nos conformamos con exultar interiormente, ni tampoco sólo con "los nuestros", al reconocernos junto a otros cristianos hijos aunque siervos de tan gran Rey. La misma Gracia que nos hace ser de la familia de Dios, ha puesto, por así decir, en cada uno, la necesidad imperiosa de comunicar a la humanidad entera esta gran verdad de nuestra gozosa condición: un tesoro demasiado grande para dejarlo encerrado sólo en cada uno; y parece, más bien, que su valor se acrecienta en nosotros cuanto más se comparte.

Es lo que debía sentir la Madre de Dios, que no puede contenerse y exulta: mi alma alaba al Señor y se llena de gozo mi espíritu en Dios mi Salvador.