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viernes, 14 de enero de 2011
Eduardo Saverin no puede hablar de Facebook
Angel Alayón sobre las diferencias entre los socios fundadores de Facebook.
Por Angel Alayón | 13 de Enero, 2011
Eduardo Saverin no puede hablar de Facebook, a pesar de ser uno de sus fundadores. Saverin aportó los 1.000 dólares iniciales que fueron suficientes para comenzar la historia de la famosa red social, una empresa joven cuyo valor ha sido estimado por Goldman Sachs en 50.000 millones de dólares. Esos mil dólares le otorgaron el 30% de las acciones de la empresa y el cargo de Jefe de Finanzas (Chief Financial Officer) del emprendimiento promovido por el joven Mark Zuckerberg, su compañero de cuarto en tiempos universitarios y uno de los hombres más ricos del mundo, recientemente nombrado por la revista TIME como hombre del año.
Las sociedades en los negocios pueden ser tan o más complicadas que los matrimonios, o al menos así les gusta decir a los banqueros de inversión, no sin cierta sabiduría. Los antiguos amigos Zuckerberg y Saverin se enfrentaron recientemente en un tribunal por una disputa relacionada con el porcentaje de participación accionario en la compañía. El guión de la película Red Social, dirigida por David Fincher, está estructurado alrededor de los encuentros de Zuckerberg, Saverin y otros demandantes con sus abogados —vean la película—, intentando encontrar un arreglo extrajudicial.
Los emprendimientos tecnológicos requieren de capital para su operación y crecimiento. En el mundo on-line, una idea puede ser buena, pero el tamaño importa: si un emprendimiento tecnológico quiere lograr la ansiada rentabilidad, tiene que alcanzar una escala interesante y para ello va a requerir capital. La mayoría de los emprendimientos se financian originalmente con dinero propio y del círculo personal, o como se dice en la jerga emprendedora, el dinero proviene de las tres F (family, friends and fools/familia, amigos y tontos). Sin embargo, las tres F funcionan para arrancar el emprendimiento pero generalmente son una fuente insuficiente de fondos para desarrollarlo. Bajo estas circunstancias, llega el momento temido por los emprendedores: buscar financiamiento para la expansión. No es un momento cómodo para los fundadores de la empresa, pues es muy fácil cometer errores que comprometan el futuro de la incipiente organización. Una deuda mal negociada puede minar el flujo de caja de tal manera que no tengas con qué pagar los salarios de una quincena; puedes vender tu participación en la empresa a un precio muy por debajo de lo que en realidad debiste haberlo vendido. Ni hablar de que puedes permitir que entre en tu negocio los socios incorrectos.
Facebook vendió una parte de su capital a una firma de capital de riesgo (venture capital). Para Facebook y Zuckerberg, la venta fue un éxito… para Eduardo Saverin, no, aunque de esto se enteró más tarde. Con la venta, Saverin incrementó su participación de 30 a 34.4 por ciento del nuevo Facebook, al mismo tiempo que Zuckerberg reducía su participación de 70 por ciento a 60 por ciento, mientras que el resto de las acciones quedaron distribuidas entre los nuevos socios. Saverin estaba satisfecho con el arreglo y cuando le presentaron los contratos para sellar el acuerdo, los firmó sin ningún problema.
Pero, como dicen las abuelas, hay que tener mucho cuidado con lo que se firma y, algunas veces, ese consejo puede valer miles de millones de dólares. En la siguiente venta de acciones de Facebook, de acuerdo con las reglas establecidas en el contrato que Saverin había firmado alegremente, las acciones que se vendieron fueron, precisamente, las de… Saverin. El arreglo contractual firmado por Saverin implicaba una disminución radical su participación en la empresa que había ayudado a fundar, y, en consecuencia, su patrimonio. Ahora Saverin sería dueño de sólo el 0.03 por ciento de las acciones y ya no tendría ninguna responsabilidad operativa en la empresa. Si los caminos del Señor son misteriosos, no les quiero contar los de los abogados: Saverin, al darse cuenta de la trampa en la que había caído, reconoce su equívoco cuando dice —en la película— “Cometí un error: pensé que los abogados de la compañía eran los míos.”. Too late, dicen en Hollywood.
Saverin demandó a Zuckerberg y a Facebook por 600 millones de dólares. El proceso se arregló fuera de corte y Saverin logró obtener una compensación en efectivo (por un monto desconocido), que le restituyeran un porcentaje de las acciones de la compañía y que su nombre fuera restituido en la lista de fundadores de Facebook. El acuerdo establece que Saverin no puede hablar de Facebook por el resto de su vida, lo que creo que ya, en realidad, no le importa.
Los contratos se hicieron para leerse con detenimiento y no siempre el accionista de una empresa está en capacidad de entender todas las consecuencias de un contrato. En todo caso, un emprendedor debe escuchar a las abuelas y reconocer que lo mejor es entender muy bien qué es lo que está firmando. Valdrá la pena entonces contar con ese mal necesario llamado abogados para que (también) lean el contrato que está por firmarse. Saludos a mis amigos abogados, que son muchos… y, por supuesto, a mi abuela.
--Prodavinci
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