viernes, 16 de abril de 2010

No tener miedo




En alta mar se desató una tormenta, el vendaval golpeaba contra la pobre embarcación y las olas la movían con ferocidad. Pero un niño que se encontraba en la proa jugando no parecía enterarse del problema. Un marinero, sorprendido por su actitud, corre hacia él cuando la tormenta ha pasado y le pregunta:

-¿No tenías miedo?

-No -responde con voz aguda-, porque mi papá era el timonel.

Geraldine Trindade Alvez cuenta la historia de dos caballos: el mayor era ciego y el más joven llevaba una campanilla al cuello para guiar al ciego. Así, el caballo ciego sabe donde está su compañero y va tras él. Pasan el día pastando y, al finalizar la jornada, el caballo ciego sigue a su compañero hasta el establo.

Y tú percibes que el caballo menor está siempre mirando a su compañero para ver si éste lo sigue y a veces decide esperarlo. El caballo ciego se guía por el sonido de la campana, confiando en que su compañero lo llevará por el camino cierto.

A veces caminamos por la vida como ciegos y sordos, no vemos a Jesús y tampoco lo escuchamos. El miedo nos impide ver y escuchar.

“Ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario” (Mc 6, 48).

Jesús se vio arrastrado por el Espíritu al desierto de las tentaciones y a liberar cautivos, oprimidos, ciegos. En Pentecostés, hombres y mujeres hasta entonces temerosos por miedo a los judíos anuncian con una libertad peligrosa la buena noticia de un Dios hecho hombre pobre.

La Biblia es el diario de hombres y mujeres curtidos en tormentas, oleajes y mareas que dan fe de la presencia y la fuerza que brota del Espíritu en la historia.

No es nada fácil abandonar la seguridad de las costas que nos hemos ido construyendo, por más Tierra Prometida que se anuncie en el horizonte. Seduce más el olor de las ollas del faraón que la promesa de un maná incierto. El miedo a la libertad prometida siempre encuentra razones para aplazar la salida. Siempre habrá razones, muy urgentes y necesarias, para no escuchar la llamada, pero en el fondo es el miedo a abandonar nuestras seguridades. Sin embargo, para Dios, ni la vejez de Abrahán, ni la niñez de David, ni la esterilidad de Sara e Isabel, ni la virginidad de María sirven de excusa. Todos tienen que salir de sus seguridades y fiarse de Dios. Pero estamos demasiado ocupados en llenar nuestros graneros, con la preocupación de qué vamos a comer y a vestir, procurando ascender en la vida laboral y social para sentarnos en los primeros puestos de la sociedad.

No hay que tener miedo a arriesgar, no hay que perder la calma. No perdáis la calma. Lo dice Jesús en un momento en que las cosas no marchaban bien para él y los suyos. No tengáis miedo. Jesús envía a los apóstoles a predicar el Evangelio, a pregonarlo desde las azoteas y a plena luz del día. El miedo nos tapa la boca, hace que traicionemos el mensaje, callando o cambiando el contenido según las circunstancias. Por miedo se diluye el empuje del Evangelio en un falso y cómodo espiritualismo. El miedo nos incapacita para ser heraldos del Evangelio. El miedo nos traiciona, nos deja mudos, nos impide decir la verdad.

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo… Temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo, repite Jesús una y mil veces, confiad en Dios, pues hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. La fe confiada en Dios es la que llena el corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza en el Padre la que nos ayuda a superar cobardías y miedos, a ser más valientes y audaces para enfrentarnos a todos los problemas que salen al encuentro.

El miedo siempre se ha metido en el cuerpo de los que han recibido alguna misión especial. Y los profetas tenían que gritar contra la violencia y contra la opresión. Por una parte sabían que el Señor estaba con ellos, que Dios los empujaba a predicar; pero el precio que tenían que pagar era grande, pues los apresaban y torturaban.

Nos viene bien apropiarnos las palabras de Jesús: “No tengáis miedo”, pues muchos, hoy día, viven sumidos en el miedo: miedo a enfermar, a envejecer, a la muerte, miedo al paro, a la guerra, a no “triunfar” en la vida, al terrorismo, al hambre, a la soledad, al dolor; miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar; miedo a no ser acogidos, a las críticas, a los comentarios y al rechazo de los demás, al futuro… A pesar de todas las consideraciones y razones que tenemos para temer, Jesús insiste: “No tengáis miedo”. Y no debemos tener miedo porque todo pasará, porque Él camina con nosotros, y Dios está de nuestra parte, Él es nuestro Padre.

Padre Eusebio Gómez Navarro,OCD

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