miércoles, 22 de diciembre de 2010

25 de diciembre de 2010. Sábado. FERIA MAYOR. (Ciclo A)




LITURGIA DE LA PALABRA.
Misa del día

PRIMERA LECTURA

Isaías 52,7-10.
Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: "Tu Dios es rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 97
R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. R.

Tañed la cítara para el Señor suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor. R.

SEGUNDA LECTURA

Hebreos 1,1-6
Dios nos ha hablado por el Hijo

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.

Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."" Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Palabra del Señor


Comentarios de las Lecturas Bíblicas de la Misa de media noche


Comentario de la Primera Lectura: Isaías 9,1-3.5-6. Un hijo se nos ha dado

Todas las lecturas bíblicas de las misas de Navidad, si bien con perspectivas diversas, intentan responder a una pregunta: ¿cuál es el sentido de la Navidad? Iniciamos el recorrido desde los antiguos profetas. El oráculo de Isaías presupone una situación dramática para el país de Israel, porque el estrépito de las armas resuena por doquier. La invasión asiria (siglo VIII a.C.) comenzada en Galilea amenaza ya la misma Judea y Jerusalén, y el pueblo, bajo el terror enemigo, camina en la oscuridad y no sabe adónde dirigirse. A esta gente sin esperanza anuncia el profeta: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”. Luego, dirigiéndose a Dios, exclama: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (v. 2).

¿Qué es lo que permite a los hombres pasar de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría? La alusión de Isaías se refiere a la huida de los Asirios, pero el profeta de Dios habla también de fuga de todo enemigo. Anuncia la alegría por el que será: «Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz» (v. 5), el que, verdadero héroe de Israel, cumplirá todo esto. Pero ¿cómo será posible todo esto? Isaías responde: «El amor ardiente del Señor todopoderoso lo realizará» (v. 6). He aquí, pues, el sentido y el mensaje más antiguo de la Navidad: el fin del miedo, la liberación de la dominación enemiga y todo ello gracias a que: «un niño nos ha nacido» (v. 5: cf. Is 7,14; Miq 5,1- 3; 2 Sm 7,12-16), un descendiente de David que dará vida a una sociedad en la que habrá justicia, paz, alegría y que dará a todos el coraje de vivir.

Comentario al Salmo 95. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.

Dios, rey y juez del universo
"Decid a los pueblos: "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95 (v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.

Ya hemos tenido anteriormente ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad.

También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.

El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos: el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v. 5).

El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).

Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.

En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración.

El salmista proclama: "Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv. 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.

Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv. 11-13).

Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21).

Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.

Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre" (Omelie sulla natività, Discurso 38, 1, Roma 1983, p. 44).

De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el árbol de la cruz".

Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz" (Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 121).

En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 43-45).

«Cantad al Señor un cántico nuevo».

A primera vista, éste es el mandamiento imposible. ¿Cómo cantar un cántico nuevo cuando todos los cantos, en todas las lenguas, te han cantado una y otra vez, Señor? Se han agotado los temas, se han probado todas las rimas, se han ensayado todos los tonos. La oración es esencialmente repetición, y tengo que esforzarme para que parezca que no estoy diciendo las mismas cosas todos los días, aunque sé muy bien que las estoy diciendo. Estoy condenado a intentar la variedad cuando sé que toda oración se reduce a la repetición de tu nombre y a la presentación de mis ruegos. Variaciones sobre un mismo tema. ¿Cómo puedes pedirme, en tales circunstancias, que te cante un cántico nuevo?

Sé la respuesta antes de acabar con la pregunta. El cántico puede ser el mismo, pero el espíritu con que lo canto ha de ser nuevo cada día. El fervor, el gozo, el sonido de cada palabra y el vuelo de cada nota han de ser diferentes cada vez que esa nota sale de mis labios, cada vez que esa oración sale de mi corazón.

Ese es el secreto para mantener la vida siempre nueva, y así, al pedirme que cante un canto nuevo, me estás enseñando el arte de vivir una vida nueva cada día con la lozanía temprana del amanecer en cada momento de mi existencia. Un cántico nuevo, una vida nueva, un amanecer nuevo, un aire nuevo, una energía nueva en cada paso, una esperanza nueva en cada encuentro. Todo es lo mismo y todo es distinto, porque los ojos, que miran los mismos objetos que ayer, son nuevos hoy.

El arte de saber mirar con ojos nuevos me capacita para disfrutar los bienes de la naturaleza en toda la plenitud de su pujante realidad. Los cielos y la tierra y los campos y los árboles son ahora nuevos, porque mi mirada es nueva. Se me unen para cantar todos juntos el nuevo cántico de alabanza.

«Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra».

Este es el cántico nuevo que llena mi vida y llena el mundo que me rodea, el único canto que es digno de Aquel cuya esencia es ser nuevo en cada instante con la riqueza irrepetible de su ser eterno.

«Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria».

Comentario a la Segunda Lectura: Tito 2,11-14. Ha aparecido la gracia de Dios a todos los hombres

Pablo escribe a Tito, su discípulo convertido del paganismo y ahora obispo de Creta, explicándole el sentido de la venida de Jesús a nosotros con palabras llenas de esperanza: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (v. 11). La universalidad de la salvación es una dimensión esencial de la Navidad, y su verdadero mensaje es el anuncio de salvación y de vida nueva para toda la humanidad sin distinciones de razas ni colores, de clases sociales, ni de dotes intelectuales ni ninguna otra cosa. El Salvador que nos ha sido dado no es sólo un niño que ha elegido nacer en un pobre establo, entre incomodidades y queridos silencios, es sobre todo la sonrisa de Dios que se ha hecho visible, porque no ha perdido su esperanza en los hombres.

Ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la sobriedad y de la justicia, el desprecio de los atractivos malos e ilusorios del mundo, a la espera del retorno glorioso del Señor (v. 13). Libremente, dirá Pablo, «se entregó a sí mismo por nosotros” (v. 14), primero hablándonos del Padre y llamándonos amigos, y después, al final, muriendo en la cruz por amor, nos ha liberado de toda esclavitud para reconducir al Padre, de una vez para siempre, a la humanidad reconciliada con él. Sólo la fe ayuda a descubrir el poder de Dios en la vivencia de un pobre. Desde que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, quiere ser acogido y reconocido como hombre:
aquí es posible la búsqueda de Dios, porque él se ha quedado entre nosotros.

Comentario al Santo Evangelio: Lucas 2,1-14. Hoy nos ha nacido un Salvador

Sobre el fondo de los anuncios proféticos (cf. Miq 5,1-4; 1 Sm 16,1-3), Lucas en el evangelio nos habla del nacimiento histórico de Jesús. El relato es simple, pero sugestivo, lleno de matices teológicos y construido sobre el modelo del anuncio misionero, que comprende tres momentos. Primero la narración del acontecimiento: el edicto de César Augusto en tiempos de Quirino, gobernador de Siria, y el nacimiento de Jesús en Belén, en la pobreza, en un país sometido a una potencia extranjera (vv. 1-7); después el anuncio hecho por los ángeles a los pastores, primeros testigos del evento de la salvación (vv. 8-14); y, por último, la acogida del anuncio, con los pastores que van a la gruta, encuentran a Jesús, y sucesivamente el relato de su experiencia a otros (w 15-20).

El punto central del relato, sin embargo, son las palabras de los ángeles a los pastores, que consideran con respeto el sentido gozoso del acontecimiento y la fe en Jesús Salvador en la figura de un niño pobre, «envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (v. 12). Dos motivos, pues, se iluminan uno a otro en el texto: la visible pobreza en la vivencia humana de Jesús y la gloria de Dios escondida en su presencia entre los hombres. Sólo unos cuantos pastores, representantes de gente pobre y humilde, reconocen al Mesías esperado: éste es el signo divino extraordinario del inicio de una época nueva en la historia de los hombres.

Para contemplar el misterio de Navidad necesitamos, sobre todo, simplicidad para asombrarnos ante su mensaje. Capacidad de asombro y mirada de niño son los medios necesarios para gustar el anuncio lleno de alegría de esta noche santa. Y esta alegría tiene una motivación clara: el nacimiento de un niño, Salvador universal, que trae motivos de esperanza para todos, que son paz, justicia y salvación. Y ¿qué signos cualifican a este niño? La debilidad, la pobreza, la impotencia y la humildad, cosas que el mundo ha rechazado siempre y que, por el contrario, ha hecho propias el Hijo de Dios.

Con la venida de Jesús las falsas seguridades de los hombres han zozobrado, porque Dios ha elegido no a los fuertes ni a los sabios, ni a los poderosos de este mundo, sino a los débiles, a los pequeños, a los necios, a los últimos: ha elegido «un niño acostado en un pesebre» (Lc 2,7.12.16; cf. 1 Cor 1,27; Mt 11,26), pobre, marginado y desestimado. Precisamente sobre esta pobreza se despliega el esplendor del mundo del Espíritu, mientras nosotros estamos complicados en dramas de conciencia, porque nos tienta seguir principios de fuerza, de poder, de violencia. El niño de Belén nos dice que el milagro de la paz de la Navidad es posible para aquellos que acogen sus dones.

A esta luz el acontecimiento de esta noche no es sólo una fecha para conmemorar, sino evento capaz, también hoy, de contagio y de transformación. Cuatro son las noches históricas de la humanidad, según una antigua tradición rabínica: la noche de la creación (Gn 1,3), la de Abraham (Gn 15,1-6), la del Éxodo (Ex 12,1-13) y la de Belén, es decir, esta noche, que es la más importante, porque el Hijo de Dios ha traído su paz, distinta de lapax augusta, y es el fundamento de la «civilización del amor» (Pablo VI). ¿Somos capaces de vivir el misterio?

Comentario al Santo Evangelio: Lucas 2,1-14, para nuestros Mayores. Hoy nos ha nacido un Salvador

El acontecimiento que aquí se nos relata se caracteriza por un fuerte contraste. Del nacimiento de Jesús se habla con palabras sobrias y breves. Tal nacimiento no tiene de por sí nada de particular; es situado en el curso habitual del mundo. Sólo por medio del mensajero de Dios, que aparece en el esplendor de la luz celeste, se anuncia a los pastores lo que ha sucedido y quién es el que ha nacido. El Salvador del mundo ha venido al mundo en circunstancias ordinarias. Este contraste obliga a una reflexión más profunda. El acontecimiento lleva a alabar a Dios.

El mundo sigue su curso ordinario (2,1-7). Al inicio se menciona al emperador Augusto, cuyo dominio se extiende por el mundo mediterráneo de la época y bajo el cual se encuentra también Palestina. El se ha hecho alabar como príncipe de la paz, como salvador de las revueltas y de las guerras civiles, como garante del orden y del bienestar, El es presentado aquí en una de las funciones más típicas de un soberano. En todos los tiempos se ha interesado el poder político por tener a su disposición un censo de los propios súbditos lo más preciso posible, con el fin de reclamar al mayor número posible el pago de los impuestos. Los beneficios que los soberanos otorgan pueden ser financiados sólo con el dinero que han recaudado previamente de sus súbditos. María y José están sometidos a este censo. Es el registro de los bienes sometidos a impuestos lo que les obliga a dirigirse a Belén. El evangelista subraya que Belén es la ciudad natal de David y que José es de la casa y de la estirpe de David, Tenemos así una referencia a la promesa y a las esperanzas mesiánicas, vinculadas con Belén y con la familia de David.

También en las realidades naturales y en las relaciones entre los hombres sigue el mundo su curso. Cuando le llega el tiempo de dar a luz, María da a luz al niño, Ella se encuentra sometida a esta necesidad natural. No puede escoger por sí misma el momento ni esperar a circunstancias mejores. Como es obvio, no cuenta con ninguna ayuda. De ahí que ella misma envuelva al niño en pañales.

Evidentemente, María no ha podido encontrar cobijo más que en un establo, que no es un lugar adecuado para su hijo. Lo pone por tanto en un pesebre. Jesús dirá un día: «Los zorros tienen sus madrigueras y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). El ha iniciado su camino terreno en un pesebre. Ni su madre ni él han encontrado caminos llanos ni albergues previamente reservados. Son pobres y sin pretensiones; deben comenzar por buscar y encontrar alojamiento, tal como se lo permiten las cosas del mundo.

En contraste con este desarrollo de los acontecimientos está el esplendor de la luz celeste y la aparición del mensajero de Dios (2,8-14). El anuncia a los pastores lo que ha sucedido aquella noche, en circunstancias tan habituales, A ellos, que están llenos de miedo, se les anuncia una gran alegría. El mensajero de Dios se presenta siempre como mensajero de alegría (cf. 1,14.28). Los pastores, y todo el pueblo, tienen todos los motivos para alegrarse: ha nacido para ellos el Salvador, el Cristo, el Señor. El, que viene al mundo de modo tan pobre, es el Salvador, El tiene la capacidad y la voluntad de ayudar a salir de toda necesidad. Es el Salvador de Israel y el Salvador de todo el mundo. En todas las épocas han abundado los que se han presentado afirmando: «Yo soy la persona que necesitáis. Yo conozco el camino. Yo haré justicia. Yo os conseguiré el paraíso. Vosotros sólo debéis escucharme, seguirme, votarme y concederme todos los poderes. Yo haré todo lo demás». Pero sólo hay un Salvador, que es este. El es el Mesías largamente esperado, el Ungido del Señor, el definitivo Rey de Israel, dado por Dios. El es el Señor. Tiene en su mano todo poder y toda fuerza. Lo que él decide, acontece. Sólo la alegría es la reacción adecuada a este mensaje que proviene de Dios, Pero el signo que se indica a los pastores remite a las circunstancias de este nacimiento y propone de nuevo el contraste. Al Salvador y Señor no se le ha de buscar en un palacio real. El yace, como niño entre pañales, en una cuna improvisada, en un pesebre, en un establo.

Las reacciones provocadas por estos acontecimientos son diversas. Los pastores se dejan guiar por el signo;
encuentran al niño y transmiten el mensaje. Todos aquellos que lo escuchan se quedan estupefactos. El asombro es un buen inicio. Pero si uno permanece sólo en él, no va demasiado lejos. Al asombro y al estupor del inicio se añaden pronto otras impresiones.

Un relieve especial adquiere en el relato la reacción de María. La reflexión que hace en su corazón sobre estos acontecimientos no es una acción pasajera, sino continuada, María los medita, los piensa. Se ve aquí que para ella no todo es claro ni evidente desde el inicio; debe esforzarse por comprenderlo. Por otra parte, no acepta tampoco, con una actitud pasiva, todo lo que sucede y lo que se dice; intenta comprenderlo. No da de inmediato su propia explicación al acontecimiento, sino que lo profundiza con paciencia y sin hacer violencia, Existe también la no violencia espiritual y religiosa, que evita una esquematización forzada, que deja a las cosas ser como son y que sabe esperar para comprender.

El comportamiento de María muestra que no se puede llegar rápidamente al final de este acontecimiento; muestra que sólo con un esfuerzo continuo se le puede comprender en profundidad. ¿Cómo es posible armonizar este nacimiento que tiene lugar en la debilidad y en la pobreza humana, sometido al decurso del mundo, con las grandes palabras que hablan de Salvador, Mesías y Señor? ¿En qué consisten y cómo se expresan la paz y la salvación que trae este Salvador? ¿Qué es lo que cambia con su venida en la situación de la humanidad? ¿Qué es lo que él quiere ofrecer, si desde su nacimiento se somete de esa manera a las condiciones de vida ordinaria? Todavía hoy nos quedan muchos interrogantes sobre los que hemos de reflexionar, El evangelista presenta a María como aquella que reflexiona profundamente (cf. 1,29.34; 2,51).

Pero junto a esto se da también la alegría y la alabanza a Dios. De los pastores se dice: «Volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, que correspondía a cuanto se les había dicho» (2,20). La alegría no excluye una ulterior reflexión. Esta, sin embargo, no debe ahogar la alegría y la alabanza a Dios. La alegría no titubea; reconoce el mensaje y quisiera llegar a comprenderlo mejor. El acontecimiento y el mensaje son dignos de toda alegría. Aunque no podamos entender todo, podemos percibir en la fe que el Salvador está presente; que Dios se ha glorificado a sí mismo con su infinita misericordia; que nos ha dado la paz que proviene de su benevolencia. La única respuesta adecuada que podemos dar a todo esto es la alabanza gozosa a Dios.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 2,1-14, de Joven para Joven. Hoy nos ha nacido un Salvador

Todas las lecturas de la misa de medianoche del día 24 de diciembre nos introducen en el misterio de la Navidad. El recorrido se inicia con el profeta Isaías, que anuncia jubiloso el fin de la dominación enemiga gracias al nacimiento del “príncipe de la paz”. La segunda lectura proclama esperanzada una salvación universal y señala a Jesús como aquel que ha venido a mostrarnos el camino del bien. Por último, el evangelio según san Lucas narra en clave teológica el nacimiento del salvador esperado, del príncipe de la paz anunciado. Sólo queda que cada uno de nosotros y nuestras comunidades acojamos su venida.

Navidad es una fiesta muy importante para los cristianos, porque en ella recordamos y hacemos presente el nacimiento de Jesús, nuestro Señor y Salvador. El evangelio según san Lucas relata cómo se celebró la primera Navidad, pero, sobre todo, este relato expresa el profundo significado que tiene el nacimiento de Jesús para toda la humanidad.

Tras un momento de silencio, descubrimos juntos el mensaje de este pasaje.

El evangelio que se proclama en la vigilia de Navidad está tomado del relato de la infancia de Jesús según san Lucas (Lc 1-2). Mateo tiene también un relato que narra el nacimiento de Jesús. Aunque estos relatos se encuentran ahora al comienzo de ambos evangelios, fueron compuestos más tarde que el resto de los relatos evangélicos. En ellos encontramos sobre todo la fe de las comunidades cristianas, que veían en el niño nacido en Belén al Señor resucitado a quien ellos adoraban. Para componer estos relatos utilizaron géneros literarios, es decir, formas de escribir habituales en aquella época para narrar el nacimiento de personajes famosos (relatos de anunciación, nacimiento milagroso...). Por eso nosotros, más que tomarlos al pie de la letra, buscamos la fe que en ellos dejaron reflejada los primeros cristianos y que se ha mantenido viva en la Iglesia.

Lucas, en los dos primeros capítulos de su evangelio (Lc 1-2), relata en paralelo las infancias de Juan Bautista y de Jesús. Con la Biblia en la mano os será fácil identificar algunos elementos comunes: anuncio del nacimiento de Juan y también el de Jesús, nacimiento de ambos... De este modo, el evangelista intenta mostrar que Jesús es superior a los profetas del Antiguo Testamento, representados por el Bautista. Además, con Jesús se inaugura el tiempo del Reinado de Dios. Por eso estos dos capítulos rebosan de alegría y de continuas alabanzas por el nacimiento del Salvador.
El relato del nacimiento de Jesús está contado en tres escenas (Lc 2,1-20). Dos de ellas las leemos en la misa del gallo y la tercera el día 1 de enero.

La primera escena (Lc 2,1-7) se detiene en algunos detalles que rodearon el nacimiento de Jesús porque quiere relacionarlo con la historia de su tiempo. ¿En qué época histórica sitúa Lucas el nacimiento de Jesús? ¿Con qué acontecimiento del Imperio romano lo relaciona? ¿Qué dice de Belén? ¿Qué está indicando el evangelista a sus lectores con todo ello?

Lucas dice que el censo de Quirino se realizó en todo el Imperio romano. Al colocar este hecho en relación con el nacimiento de Jesús está dando a entender que su venida al mundo es un acontecimiento que también afecta a todo el Imperio. Subraya también que Jesús nació en Belén, “la ciudad de David”. En ella había nacido el rey más grande de Israel, y por eso muchos judíos esperaban que el Mesías naciera de la familia de David y en su mismo pueblo. Lucas muestra que esto se cumple en Jesús, adoptado por José, que era de la familia y del pueblo de David.

La segunda escena (Lc 2,8-14) dice que un ángel, un mensajero de Dios, anuncia este nacimiento a unos pastores. Pero si os fijáis bien, descubriréis que lo importante no es esto. Lo que al evangelista le interesa es decir quién es el nacido y cuál es el sentido de su nacimiento. Esto se expresa en los títulos que el ángel da al niño. Para entender mejor el significado de esos títulos es necesario saber que el emperador romano se denominaba “salvador”, que la espera de un Mesías calaba hondo entre los judíos y que a Dios se le llamaba “Señor”. ¿Cuáles son esos títulos que el ángel aplica a Jesús? ¿Qué está insinuando Lucas con ello?

Es necesario subrayar también algunas paradojas que encontramos en el evangelio de hoy: el emperador cree manejar la historia con un edicto, pero es Dios quien la dirige a través de un niño; en la oscuridad de la noche brilla la luz; la gloria de Dios se manifiesta en un recién nacido; los marginados, los pastores, son los primeros invitados... ¿Qué otras paradojas descubrís en este pasaje? ¿Qué relación guardan con la vida de Jesús?

Este relato del nacimiento de Jesús no es sólo un recuerdo entrañable, sino que encierra un mensaje de fe para nosotros. Este mensaje puede ayudarnos a celebrar la Navidad con la misma actitud de los pastores y a entenderla como una realidad que se repite cada día si tenemos los ojos abiertos y el corazón atento.

Elevación Espiritual para este tiempo

Pero ¿quién soy yo? ¿Podré decir algo digno de lo que se ve? Me faltan las palabras: la lengua y la boca no son capaces de describir las maravillas de esta solemnidad divina. Por eso yo con los coros angélicos grito y gritaré siempre: «¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!».

Dios está en la tierra; ¿quién no será celeste? Dios viene a nosotros, nacido de una Virgen; ¿quién no se hará divino hoy y anhelará la santidad de la Virgen, y no buscará con celo la sabiduría, para hacerse más cercano a Dios? Dios está envuelto en pobres pañales; ¿quién no se hará rico de la divinidad de Dios si acoge algo humilde?

Exulto como los pastores y me sobresalto escuchando estas voces divinas: ansío ir al pesebre que acoge a Dios y deseo llegar a la celestial gruta: anhelo ver el misterio manifestado en ella y allí, en presencia del Engendrado, levantar la voz cantando: « ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama él Señor!»

Reflexión Espiritual para el tiempo de hoy


En aquella noche de Navidad una multitud del ejército celeste se apareció en Belén a los pastores, diciendo: « ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!»; en este mismo momento nosotros celebrarnos juntos el nacimiento de nuestro Señor y su pasión y muerte. Según el mundo, este modo de comportarse es extraño. Porque ¿quién en el mundo puede llorar y alegrarse al mismo tiempo y por el mismo motivo? En efecto, o la alegría será dominada por la aflicción, o la aflicción será aniquilada por la alegría; solamente en nuestros misterios cristianos podemos alegrarnos y llorar al mismo tiempo y por la misma razón. Pero pensad un poco en el significado de la palabra «paz». ¿No os parece extraño que los ángeles hayan anunciado la paz mientras el mundo está incesantemente azotado por lo guerra o por el miedo de la guerra? ¿No os parece que las voces angélicas se hayan equivocado y que la promesa fue una desilusión y un engaño?

Reflexionad ahora sobre cómo habló de la paz nuestro Señor mismo, dijo a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy». ¿Entendía Ella paz como nosotros la entendemos: el reino de Inglaterra está en paz con sus vecinos, los barones están en paz con el rey, el jefe de familia que cuenta sus pacíficas ganancias, la casa bien limpia, su mejor vino sobre la mesa para el amigo, su mujer que canta a sus hijos? Aquellos hombres que eran sus discípulos no conocían nada de esto: ellos salieron a hacer un largo viaje, a sufrir por tierra y por mar, a encontrar la tortura, la desilusión, a sufrir la muerte con el martirio. ¿Qué cosa quería, pues, decir Él? Si queréis saberlo, recordad, que dijo también: «No os la doy como la da el mundo». Así pues, El dio la paz a sus discípulos, pero no como la da el mundo.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones en la Sagrada Biblia:Los ángeles

El famoso teólogo Hans Urs von Balthasar escribía que «los ángeles están alrededor de toda la vida de Jesús. Aparecen en el pesebre como esplendor de la venida de Dios en medio de nosotros y reaparecen en la Resurrección y en la Ascensión como esplendor de nuestra subida a Dios». Realmente, los ángeles tienen en la Navidad un relieve especial: Gabriel anuncia a Zacarías y a María los futuros nacimientos del Precursor y de Cristo; los ángeles están en comunicación constante con José en el relato de la infancia de Jesús según Mateo; los ángeles entonan a coro el Gloria y se manifiestan a los pastores. Por consiguiente, merecen ser puestos en escena en la solemnidad de la Navidad.

No es fácil hablar de ellos en unas pocas líneas, porque desde la primera página de la Biblia con los «querubines y la llama de la espada flameante», guardianes del jardín del Edén (Gén 3,24), hasta la muchedumbre angélica que puebla el Apocalipsis, las Sagradas Escrituras están animadas por la presencia de estas figuras sobrehumanas pero no divinas, cuya realidad era conocida también en las culturas cercanas a Israel. El propio nombre hebreo, mal’ak, y griego, ángelos, denota su función: significa «mensajero». De ahí se ha llegado a deducir la misión de esta figura bíblica, afirmada repetidamente en la tradición judaica y en la cristiana, confirmada por el magisterio de la Iglesia y exaltada por la liturgia y por la piedad popular (a veces con algún despropósito, como en el caso del reciente movimiento de la New Age).

La misión del ángel es esencialmente la de salvaguardar la trascendencia de Dios, es decir, su ser misterioso y «otro» respecto al mundo y a la historia pero, al mismo tiempo, hacerlo cercano a nosotros comunicando su palabra y su acción, como hace precisamente el «mensajero». Por eso en algunos casos el ángel en la Biblia parece retirarse para dejar sitio a Dios que entra en escena directamente, Así, en el relato de la zarza ardiente apareciéndose a Moisés entre las llamas es ante todo el «ángel del Señor», pero a continuación es Dios quien llama desde la zarza: «¡Moisés! ¡Moisés!» (Ex 3,2-4).

La función del ángel es, por consiguiente, la de hacer visibles y perceptibles, como intermediario, la voluntad, el amor y la justicia de Dios, según se lee en el Salterio: «El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los salva pues él ordenó a sus santos ángeles que te guardaran en todos tus caminos; te llevarán en sus brazos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna» (34,8; 91,11-12). Se tiene aquí la imagen tradicional del «ángel de la guarda» que tan bien representa el ángel Azarías-Rafael del libro de Tobías.

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