
Por Rafael Ballester
En la ciudad de Uspayata la vi, yo no la conocía pero había soñado con ella. Cuando nuestros ojos conectaron supe que ella también había soñado conmigo y mi estómago se lleno de mariposas. Caminamos por las calles cubiertas de arboledas en una tarde tórrida. Tomados de la mano llegamos a su casa, lugar en el que jamas había estado pero que había soñado con el, y me pareció todo muy familiar, incluso el perro se llamaba Poncio, tal como yo lo había soñado.
Adentro estaba fresco, nos mirábamos con frecuencia y las sonrisas surgían a cada momento. Nos abrazamos, nos besamos y nuestros corazones latieron juntos, como si marcharan en algún desfile. Esto lo recuerdo con claridad pues ya lo habíamos soñado. Luego nos sentamos en silencio, a beber agua de coco verde, sin saber qué hacer pues en aquel momento ambos habíamos despertado.
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