sábado, 14 de agosto de 2010

Fiesta de la Asunción de la Virgen Maria



Evangelio según San Lucas 1,39-56.

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.


«Enaltece a los humildes»

Era necesario que la Virgen fuera asociada a su Hijo en todo lo que concierne a nuestra salvación. Así como ella le hizo participar de su carne y sangre..., de igual manera tuvo su parte en todos los sufrimientos y todas sus angustias... Ella ha sido la primera cuya muerte ha sido semejante a la del Salvador por una muerte semejante a la suya (Rm 6,5). Por esta misma razón, antes que todos los demás, ella ha tenido parte en su resurrección. En efecto, después que el Hijo rompió la tiranía del infierno, tuvo la dicha de verle resucitado y ser saludada por él, y ella le acompañó tanto como pudo hasta que se marchó al cielo. Después de su ascensión, ocupó el sitio que el Salvador había dejado vacío entre sus apóstoles y otros discípulos... Su madre ¿no merecía esto más que cualquier otra?
Pero convenía que esta alma tan santa se separara de este cuerpo muy sagrado. Lo abandonó y se unió al alma de su Hijo, ella, una luz creada a la luz sin principio. Y su cuerpo, después de haber permanecido algún tiempo en la tierra, fue llevado al cielo. En efecto, era preciso que siguiera todos los caminos que el Salvador había recorrido, que resplandeciera para los vivos y para los muertos, que santificara la naturaleza en todas las formas y que recibiera seguidamente el lugar que le pertenecía. El sepulcro, pues, la guardó por algún tiempo, después el cielo recogió esta tierra nueva, este cuerpo espiritual, este tesoro de nuestra vida, más digno que los ángeles, más santo que los arcángeles. Y el trono fue devuelto al rey, al paraíso el árbol de la vida, al mundo la luz, al árbol su fruto, a la Madre el Hijo: era perfectamente digna de ello puesto que lo había engendrado.
Oh bienaventurada, ¿quién encontrará palabras capaces de expresar los beneficios que has recibido del Señor y los que tú has prodigado a la humanidad?..
. Tus maravillas sólo pueden dar su esplendor allá arriba, en este «cielo nuevo» y esta «tierra nueva» (Ap 21,1), donde brilla el Sol de justicia (Ml 3,20) que las tinieblas no pueden seguir ni preceder. El mismo Señor proclama tus maravillas mientras los ángeles te aclaman.

Fuente: miportalcatólico.com.ar

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