martes, 16 de febrero de 2010

Comentario al Evangelio del Miércoles de Cenizas

Evangelio: Mt 6, 1-6.16-18 "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
"Por lo tanto, cuando des limosna no lo vayas pregonando, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, con el fin de que los alaben los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, para que tu limosna quede en lo oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.
"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para exhibirse delante de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.
"Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.
Para Dios la vida



Libro de la Vida
Santa Teresa de Jesús



Hacemos oración, ahora como siempre, porque vivimos en la profunda persuasión de ser para Dios. Nos llena considerar que nuestro Creador y Señor de todo cuanto existe, nos ha destinado a Sí. Nuestra vida, de hecho, puede y debe ser un permanente fluir nuestro hacia Él y de Dios a nosotros. La tarea nuestra en la oración, en su sentido más amplio y verdadero, es fomentar esa corriente que no queremos que se detenga.

Hoy, que comenzamos otra vez el tiempo de Cuaresma, es muy oportuno considerar expresamente ese convencimiento tan básico y tan del fundamento de nuestra vida. A partir de él y guiados por el Espíritu Santo –dulce huésped del alma, luz beatísima–, brotarán en cada uno consecuencias eficaces, propósitos de mejora. Porque no debemos conformarnos con sabernos iluminados por la claridad de Dios, que colma de sentido y seguridad nuestra existencia. La plenitud que, gracias a Él, sentimos debe ser punto de partida, además de motivo de alegría y agradecimiento. Dios se nos ha mostrado y nos ha revelado lo que somos y podemos por Él.

En esta nueva Cuaresma nos encomendamos al auxilio de Dios nuestro Señor, para ser capaces de esa vida a la que estamos destinados en libertad por el amor de Dios. Necesitamos su auxilio, porque una y otra vez sentimos también la tentación de ignorar a Dios, aunque no sea de modo expreso. De tal manera tendemos a metemos en nuestras cosas, que en ocasiones no actuamos por Él en el transcurso de la jornada. Y hasta es posible que alguna vez nos cueste encontrar momentos para la meditación: ese tiempo de reflexión personal acerca de Dios y de nuestra vida en Él, que nunca debemos abandonar.

Arrepentidos de los defectos que reconocemos, con deseos sinceros de agradar más a Dios y suplicando confiados su auxilio, iremos concretando propósitos que serán eficaces en la medida de nuestra humildad. Porque no hay más remedio que proponerse de intento "desaparecer de la escena"; ante nosotros y ante los demás: ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca, decía san Josemaría. De otro modo podría sucedernos como a aquél que, satisfecho por fin –contaba, bromeando, monseñor Escrivá–, declaraba: treinta años llevo luchando por ser humilde y ya puedo descansar porque, por fin, lo he conseguido.

Es claro que debemos mejorar y que sólo es verdadero el progreso si se manifiesta en la conducta –por sus obras los conoceréis–; pero ni el crecimiento en virtud ni el prestigio alcanzado, que es manifestación de perfección, pueden ser el fin último de nuestros deseos de mejora. Debemos ser santos, y el santo vive para Dios en el sentido más radical de la expresión. Unicamente busca su gloria: todo lo demás se os dará por añadidura, asegura Nuestro Señor. De ahí que el cristiano que busca la santidad –y por eso la perfección– luchando contra sus defectos y exigiéndose más y más en virtud, no aparta sus ojos de Dios. Sólo por Él se esfuerza. También por Dios procura que su buena conducta sea conocida, siguiendo aquel otro consejo de Jesús: Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos. Porque, en el fondo, siempre es la gloria de Dios lo que busca el discípulo de Cristo.

Es lo mismo que, con ejemplos prácticos, esponone Jesús en este otro pasaje de san Mateo que hoy contemplamos al comenzar la Cuaresma: Guardaos bien de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los Cielos. E insiste el Señor en que hagamos el bien sólo para nuestro Padre Dios, sin caer en farsas de dobles intenciones; como sería buscar su amor y su premio, y además un aplauso humano a modo de anticipo.

Vigilemos, con la luz del Paráclito, para descubrir intenciones torcidas que puedan desviar de Dios la eficacia de nuestros esfuerzos por ser mejores. Y tengamos confianza en su amor generoso, ¡espléndido!, de Padre con sus hijos buenos.

María es siempre luz animante, también cuando las cosas cuestan, como en esta Cuaresma en que nos hemos decidido por Dios –más "decididamente"–, y notamos también más la fatiga al negarnos en tantas cosas

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