sábado, 6 de noviembre de 2010

Comentario al Evangelio del Domingo 7 de noviembre de 2010



Comentario al Evangelio del próximo domingo, 7 de noviembre, XXXII del tiempo ordinario (Lucas 20,27-38), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.

Evangelio según san Lucas 20,27-38

Acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Entonces, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.»

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.

Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.»



De la mano de San Lucas el año litúrgico va llegando a su fin, y con él también su relato viajero de la subida de Jesús a Jerusalén, término de su vida terrestre. Por eso el tema que nos acompañará en estos tres últimos domingos de nuestro año cristiano, será el tema del paso a la vida nueva.

Es posible que algunas predicaciones sobre los "novísimos" (muerte, juicio, eternidad) se hayan hecho inadecuadamente, generando más un pánico temeroso que una esperanza serena. La Iglesia, fiel a la herencia de su Señor, no pretende acorralar entre miedos y amenazas la libertad del hombre. No obstante, no por ello puede callarse sobre la suerte feliz o infeliz que a todos nos espera en la tierra definitiva, en ese hogar del Padre Dios en el que Jesús nos ha preparado morada.

Pero no es lo mismo creer en la vida eterna que en la vida larga, y hoy se practica un frenético culto a la vida larga con toda una ascética casi religiosa: aerobic, herbolarios, dietas alimenticias, naturismo... todo lo cual, obviamente, está bien, pero deja de estarlo cuando achata el horizonte existencial del hombre, cuando reduce el aprecio y la pasión por la vida a una cuestión de estética o de cosmética. Confundir la felicidad con una fórmula antiarruga o con un plan adelgazante, es cambiar la eternidad por la longevidad, la casa de Dios por el gimnasio o la sauna, la adhesión a la vida toda por el apego a la mocedad.

Habrá un momento de gran verdad para todos, un momento en el que se veri-ficará (hacer la verdad) nuestra vida: el momento de la muerte. Entonces, desnudos de poses y de intereses creados, podremos veri-ficar aquello que decía san Francisco: "somos lo que somos ante Dios, y nada más" (Admonición 19).

La eternidad ya ha comenzado para nosotros con la vida. Somos inmortales. Vivir teniendo presente este momento significa vivir con la voluntad de no querer improvisarlo como quien se resiste ante un encuentro indeseado pero inevitable. Más bien es vivir en lo cotidiano siendo lo que somos en la mente y en el corazón de Dios, es decir, realizando su diseño, su designio sobre nosotros, su proyecto sobre todos y cada uno. Nuestro corazón nos reclama que las cosas más bellas, las más amadas, empezando por la misma vida y el mismo amor, no tengan ocaso. Este es nuestro destino feliz, bienaventurado y dichoso, que ha comenzado ya aunque todavía no haya llegado a su plena manifestación.

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