sábado, 19 de febrero de 2011

Evangelio del domingo: Enemigos amados

Comentario al Evangelio del domingo 20 de febrero, séptimo del tiempo ordinario (Mateo 5,38-48), 13 de febrero, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm.

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»




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Jesús nos está explicando las Bienaventuranzas en los Evangelios de estos do­mingos. Lo que esta vez escucharemos se hace especialmente sorprendente, inesperado y hasta duro de seguir. Sin duda que así se quedarían aque­llos primeros oyentes de es­tas palabras del Maestro. Entonces, como también ahora, los hombres tenían sus sub­terfugios para dar salida a su "honrilla". No se trataba de ser violento o agresivo, pero tampoco bobo, y entonces acuñaron aquel célebre "ojo por ojo y diente por diente", de la vieja ley del Talión. Es decir, no tiraremos la primera piedra, pero quien nos busque nos encontrará y su provocación no quedará sin responder. Luego vendrá nuestro dicho: "yo perdono pero no olvido", que es un modo imposible y sutil de conciliar algo tan opuesto y dispar como el perdón y el rencor.

Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, con­fundid a los que os piden algo. Otros dirán cosas distintas, otros tendrán solapada­mente sus mezquinos ajustes de cuentas, con sus dientes y sus ojos... medidos y pesa­dos en la balanza de su talión particular. No se trataba de un oportunismo sino de de­volver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y semejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.

Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer. El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones... éste no le interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo. Acaso podemos pensar que no tenemos enemigos de solemni­dad. Enemigos de ésos a los que se responde con mísiles modernos o con duelos ro­mánticos. Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.

El amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden en­contrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un com­pañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes... Pero todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único impor­tante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos (Mt 5,46-47): el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.

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